2 de septiembre de 2006

Ese orgasmo es mío, Flavia Ricci


Desde hace algunas semanas, un nuevo artilugio se ha dado a conocer en el incansable camino hacia el descubrimiento del goce femenino: se trata del Orgasmatrón, nombre por el que se conoce tanto en inglés como en castellano, al dispositivo patentado por el Dr. Stuart Meloy.

Parece que en este siglo XXI repleto de alternativas y alternancias diversas, ni el orgasmo salió ileso: ahora existe una clase de orgasmo que no implica cansancio, sudores incómodos (o no) o compañías estables o efímeras, según se prefiera.

Meloy, cirujano en el Consultorio de Anestesia y Dolor de Piedemonte, en Estados Unidos, descubrió casualmente lo que sería el origen de su aparatito destinado, de momento, a las mujeres. Según explicó la revista científica New Scientist en su edición digital en febrero de 2001. Meloy se encontraba implantando electrodos en la columna vertebral de una de sus pacientes cuando ésta emitió un gemido y le comentó que iba a tener que explicarle cómo hacer eso a su maridoí. Casi tres años después, New Scientist volvió a publicar una noticia acerca del Orgasmatrón, en donde hacía saber que se estaban buscando voluntarias para probar el aparato de marras.

Hasta el momento sólo una mujer -casada- se ha ofrecido. En octubre se le implantaron electrodos y casi inmediatamente a que el dispositivo se puso en funcionamiento, la paciente manifestó que era realmente excelente. La mujer, que no había tenido un orgasmo por 4 años, utilizó el dispositivo durante 9 días, mantuvo relaciones sexuales con su marido 7 días y tuvo un orgasmo cada vez.

Sin embargo, Marca Sipski, de la Universidad de Miami y estudioso de las disfunciones sexuales femeninas en mujeres con lesiones en la columna vertebral, señaló que un vibrador también podría generar la misma sensación, ya que el orgasmo es una respuesta puramente refleja. La sensación del orgasmo, inclusive, no requiere del cerebro. De hecho, las mujeres con lesiones en la columna vertebral pueden tener orgasmos sin ningún problema.

El procedimiento no es más riesgoso que una epidural, aclara el creador del Orgasmatrón, con la diferencia que la epidural puede causar malestares tales como el dolor de espaldas en un 50% de las mujeres. En una segunda etapa de este camino aparentemente indoloro hacia el goce caprichoso (esto es, toda vez que lo queramos) se implantaría debajo de la piel un dispositivo autónomo similar a un marcapasos que sería manejado a través de un control remoto. Para proveernos de este dispositivo nos hacen falta U$S 13.000.

Se diga lo que se diga, no hay nada como los encuentros entre los seres humanos: entre hombres, mujeres o ambos. La cantidad de personas en cada encuentro también puede ser variable.

El orgasmo es el producto, el goce por excelencia en una relación sexual. Ponernos un implante que nos haga llegar a esa clase de orgasmo, hasta ahora desconocido, no creo que tenga nada que ver.

Para quienes no pueden llegar a ese punto, siempre hay alternativas y esta es una más, aunque no suene muy humana. Para el resto creo que sobran los motivos para concluir en que ese aparatejo no tiene razón de ser.

¿Qué mejor que las miradas, las caricias previas?¿Qué mejor que salir airosos de la tan conocida fórmula CCC (cine, cena, cama) en etapas sucesivas? ¿Qué mejor que quedar extasiados "luego de"? El orgasmo es un escalón más dentro de las relaciones sexuales, entre medio de todo lo previo y posterior que hace que recordemos precisamente, ese orgasmo más.

Personalmente, prefiero los Mateo Colón de "El Anatomista" de Federico Andahazi, que proclaman "Oh mi América, mi dulce tierra hallada!", prefiero seguir pensando que es el famoso Punto G el que abre las puertas de esa sensación femenina única, aunque esté a medio camino entre el descubrimiento y la invención.

NOTA: este artículo fue publicado por Flavia Ricci en 2003.

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