14 de septiembre de 2015

La cima de la soledad, Flavia Ricci

Querida madre,

Con urgencia y un enorme desamparo te escribo. Subí a la cima: lo hice, lo logré tal y como te dije que me había propuesto hacerlo. Caminé días a sol y a sombra. Madre: a veces apurando el paso, otras lentamente, sintiendo mi respiración. Muchas me detenía a mirar el paisaje y luego la cima. La imponente, vertiginosa, altiva cima. Con su arrogancia y soberbia. Tan alta y a solas. Subí sus cada vez más escarpadas paredes. Mis piernas, mis pies, mis manos que muchas veces apoyaba para no caer, fueron acusando el paso del tiempo y los días, interminables. Pero madre, miraba a mi lado, porque no era atrás ni adelante, y eso me daba la fuerza para seguir. Era eso, cómo decirte. Subí, casi sin aliento, sintiéndome viva, quizás como nunca, mi cuerpo, alma y yo. Y todo aquel imponente paisaje. Llegué a la cima: lo hice.
Pero madre, querida madre, te escribo desde una soledad, un desamparo, un desconcierto como pocas veces he sentido. Y espero me comprendas. Allí ella soltó mi mano, me hizo seguir a solas. Y cuando llegué a esa cima en la más absoluta soledad comprendí lo que es el breve espacio de lo más alto, tan solitario, tan escarpado, tan ríspido. Y el abismo, querida madre, el abismo que me rodeaba. Cierro los ojos, he imaginado esta carta que ahora te escribo. Espero, ansío, que me entiendas. Lo hice, estuve en la cima. Pero,

¿para qué regresar llevando a cuestas tanta soledad? ¿Hay alguien que pueda cobijarme?

Ahora afronto el desconcierto, ahora lo sé, lo he sentido. Ahora camino solitaria bajando poco a poco todo el camino andado. A solas. Después de aquella cima.

Tu hija