20 de diciembre de 2007

Atención, Al-Taïr


La primera vez que miró hacia un lado ella se sorprendió. Luego, por algún motivo, ya no fue lo mismo. Pensó en algunos años atrás, cuando aquel otro había mirado hacia un lado, todo un síntoma de que se había acabado y no había vuelta atrás. Ella caminó como pudo al baño y vomitó ese rechazo que él le lanzaba con la mirada. Esta vez pasó algo así, pero años después y con otro. Ella de todas formas vio que algo se había roto. Y también desvió la mirada, triste. Ahora entendía lo que aquella mujer le había reprochado, aquello de mirar siempre a los lados, escapando de la estática. Miró hacia un lado, desvió la vista y con ella la atención. Jugaría con las mismas reglas de no decir ni reflexionar, demasiados secretos (todos lo sabemos) rompen hasta una roca de amor.

14 de diciembre de 2007

Windows, Al-Taïr

Mientras, y digo mientras porque esto es un paréntesis tan breve como artificial, vos fingís seguridad y bajás ventanas, yo me sumerjo en mi más profunda incertidumbre. Tu temor a que vea, que te lleva a ocultar, mi incertidumbre cobra un perfil cada vez más claro y amoldo, rearmo, mi hipocresía. Nos miramos, sonreímos y hacemos el amor. Pero me dejás claro cada vez que no hay nada entre tu mirada y la mía. Temés ¿temo yo? Me enseñaste a ser segura sin darme seguridad. Y ahora, que llega ese tiempo de observar, las cosas son raras. Me acuesto, miro el techo, llega la noche, salgo. Me sumerjo en la noche, que quiero compartir con todos menos con vos. Me sumerjo en compañías que me brindan lo que vos no, por tu temor. Cae una ventana, cae un pedazo dentro mío: de confianza, de esperanza, de expectativa. Me sumerjo buscando brazos, besos, vasos. Me sumerjo en una noche conocida y aun así sorpresiva. Poniendo en riesgo mi sensibilidad, regalando mi antigua fidelidad. Y llego sucia de manos y mentes, de noche y de rostros. Vos simplemente me ves y bajás otra ventana. Yo quiero correr, pero es de día. Y simplemente me tiendo en la cama. Y quiero llorar.

Ausencia, Efraim Medina Reyes

Cuando pienso en ti el dolor regresa y me aplasta como hacen los niños con las hormigas. Tu ausencia es mi castigo. Aunque sé que no puedo encontrarte, recorro día y noche el laberinto. Y dentro de mi estúpido corazón el deseo de verte crece y crece como un tumor de terciopelo. Tu ausencia marca el ritmo de mis horas e insomnios. He olvidado mi nombre, he olvidado cada cosa que no se relaciona contigo. La muerte me desgasta incesante y no quisiera morir sin ver en tus ojos el nivel del invierno. La vida es corta pero las horas son infinitas. Tu ausencia me rodea, me ahoga, me desgarra. Tu ausencia es mi único pecado y mi mayor condena. Tu ausencia es el beso invisible del ansia, el verano oscuro, las caricias invisibles. Las nubes pasan, las palabras se apagan y el dolor permanece. El dolor es mi perro fiel, el guardián implacable de esta cárcel atroz, de esta celda sin paredes a la que estoy confinado. Siento tu boca que roza la mía y huye hasta el fin del mundo. Tu imagen se forma y deforma en mi mente, las fuerzas me abandonan y sólo el dolor me sostiene. El dolor es mi único alivio. Busco el dolor como los insectos buscan la luz que les quema el alma. La vida te destruye en algún remoto lugar y mi memoria perfecciona cada uno de tus rasgos. Eres como siempre el resplandor y la lágrima, la dueña imposible de mis emociones. Antes de soñar el amor ya te soñaba a ti. Estás hecha de mi sangre y de mi nombre. Sé que aunque grite no vendrás, que tu ausencia invadirá mis huesos y borrará mi imágen de la mente de quienes me conocieron y juraron recordarme. Hoy es un día soleado, estoy a la deriva en un bosque de pinos. No sé cómo llegué aquí. Estoy esperando una señal, un evento secreto. Inmóvil sobre la hierba.