14 de diciembre de 2007

Ausencia, Efraim Medina Reyes

Cuando pienso en ti el dolor regresa y me aplasta como hacen los niños con las hormigas. Tu ausencia es mi castigo. Aunque sé que no puedo encontrarte, recorro día y noche el laberinto. Y dentro de mi estúpido corazón el deseo de verte crece y crece como un tumor de terciopelo. Tu ausencia marca el ritmo de mis horas e insomnios. He olvidado mi nombre, he olvidado cada cosa que no se relaciona contigo. La muerte me desgasta incesante y no quisiera morir sin ver en tus ojos el nivel del invierno. La vida es corta pero las horas son infinitas. Tu ausencia me rodea, me ahoga, me desgarra. Tu ausencia es mi único pecado y mi mayor condena. Tu ausencia es el beso invisible del ansia, el verano oscuro, las caricias invisibles. Las nubes pasan, las palabras se apagan y el dolor permanece. El dolor es mi perro fiel, el guardián implacable de esta cárcel atroz, de esta celda sin paredes a la que estoy confinado. Siento tu boca que roza la mía y huye hasta el fin del mundo. Tu imagen se forma y deforma en mi mente, las fuerzas me abandonan y sólo el dolor me sostiene. El dolor es mi único alivio. Busco el dolor como los insectos buscan la luz que les quema el alma. La vida te destruye en algún remoto lugar y mi memoria perfecciona cada uno de tus rasgos. Eres como siempre el resplandor y la lágrima, la dueña imposible de mis emociones. Antes de soñar el amor ya te soñaba a ti. Estás hecha de mi sangre y de mi nombre. Sé que aunque grite no vendrás, que tu ausencia invadirá mis huesos y borrará mi imágen de la mente de quienes me conocieron y juraron recordarme. Hoy es un día soleado, estoy a la deriva en un bosque de pinos. No sé cómo llegué aquí. Estoy esperando una señal, un evento secreto. Inmóvil sobre la hierba.

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