28 de abril de 2008

Incredible, Madonna

Just one of those things
When everything goes incredible
And all is beautiful
(Can't get my head around, I need to think about it) (x2)
And one of those things
That used to get you down
Now have no effect at all
Cause life is beautiful
(Can't get my head around it, I need to think about it) (x2)

Remembering the very first time
You caught that some ones' specials eye
And all of your care dropped
And all of the world just stopped

(I hope) I want to go back to then
Got to figure out how, got to remember when
I felt it, it thrilled me
I want it, to fill me

Just one of those things
When everything goes incredible
And all is beautiful
(Can't get my head around, I need to think about it) (x2)
And one of those things
That used to get you down
Now have no effect at all
Cause life is beautiful
(Can't get my head around it, I need to think about it) (x2)

You don't know what you got 'til it's gone
And everything in life just goes wrong
Feels like nobody's listening
And something is missing

(I hope) I want to go back to then
Got to figure out how, got to remember when
I felt it, it thrilled me
I want it, to fill me

Just one of those things
When everything goes incredible
And all is beautiful
(Can't get my head around, I need to think about it) (x2)
And one of those things
That used to get you down
Now have no effect at all
Cause life is beautiful
(Can't get my head around it, I need to think about it) (x2)

I remember when
You were the one
You were my friend
You gave me life
You were the sun
You taught me things
I didn't run
I fell to my knees
I didn't know why
I started to breathe
I wanted to cry
I need a reminder
So I can relate
I need to go back there
Before it's too late

It's time to get your hands up
It's time to get your body groving (x4)

Just one of those things
When everything goes incredible
And all is beautiful
(Can't get my head around, I need to think about it) (x2)
And one of those things
That used to get you down
Now have no effect at all
Cause life is beautiful
(Can't get my head around it, I need to think about it) (x2)

Incredible
Let's finish what we started
Incredible
You're welcome to my party

I don't want this to end
I am missing my best friend
It was incredible
There is no reason
(Sex with you is...)

Incredible
(Hey girl)
Just finish what we started
(Let's finish where we started girl)
Incredible
(Hey girl)
You're welcome to my party
(I'm coming to your party girl)
Don't want this thing to end
I'm missing my best friend
Yes it was incredible
There's no reason to pretend
Incredible

It's time to get your body groving
It's time to get your hands up (continuing in the background)

It's incredible, unbelievable
It's incredible, unachievable
It's incredible, metaphysical
It's incredible

(Sex with you is...)

Incredible
Let's finish what we started
Incredible
You're welcome to my party
(I'm coming to your party) (x2)

Incredible
(Hey girl)
Just finish what we started
(Let's finish where we started girl)
Incredible
(Hey girl)

(Hey girl, let's finish where we started, hey girl)

27 de abril de 2008

Desde que te perdí, Kevin Johansen

Levantarme y disfrutar nueva y plenamente de mi vida. Volver a comprar el periódico cada domingo por la mañana, tomar un café colombiano sin presiones ni apuros. Almorzar y cenar tranquilamente. Retomar la confianza, sonreir porque sí, salir, volver y desear. Brindarme. Oler el aroma a tierra mojada por la lluvia y sentirme viva. Esperar que este otoño traiga lluvias, cafés humeantes, películas francesas e italianas y compañías interesantes. Leer mucho y variado. Rodearme de buenas vibras. Y dejar atrás lo que debe dejarse atrás, sin convertir el pasado en rencor, sino en experiencia. Vivir, vivir, vivir ....

15 de abril de 2008

Cómo ser buenos, Nick Hornby

David le interrumpe antes de que Stephen tenga oportunidad de enumerar todos los problemas que tenemos.

- Katie y yo hemos hablado de ello. Estamos intentando solucionarlo.

No puedo sino amar a David en este momento. Conserva la calma cuando tiene todo el derecho del mundo a estar furioso contra todo y contra todos, y en consecuencia siento, por primera vez en mucho tiempo, que somos algo unitario, una pareja, un matrimonio, y que el matrimonio es, pese a todo, algo a lo que todo el mundo debería aspirar. En este preciso momento me siento feliz de pertenecer a un matrimonio, de ser dos contra uno, de aunar esfuerzos con mi pareja en contra de ese extraño peligroso y destructivo con quien da la casualidad de que yo he tenido sexo. La alternativa es la anarquía a tres bandas, y me siento demasiado asustada y demasiado cansada para eso.

7 de abril de 2008

Viejo con arbol, Roberto Fontanarrosa

A un costado de la cancha había yuyales y, más allá, el terraplén del ferrocarril. Al otro costado, descampado y un árbol bastante miserable. Después las otras dos canchas, la chica y la principal. Y ahí, debajo de ese árbol, solía ubicarse el viejo.Había aparecido unos cuantos partidos atrás, casi al comienzo del campeonato, con su gorra, la campera gris algo raída, la camisa blanca cerrada hasta el cuello y la radio portátil en la mano. Jubilado seguramente, no tendría nada que hacer los sábados por la tarde y se acercaba al complejo para ver los partidos de la Liga. Los muchachos primero pensaron que sería casualidad, pero al tercer sábado en que lo vieron junto al lateral ya pasaron a considerarlo hinchada propia. Porque el viejo bien podía ir a ver los otros dos partidos que se jugaban a la misma hora en las canchas de al lado, pero se quedaba ahí, debajo del árbol, siguiéndolos a ellos.Era el único hincha legítimo que tenían, al margen de algunos pibes chiquitos; el hijo de Norberto, los dos de Gaona, el sobrino del Mosca, que desembarcaban en el predio con las mayores y corrían a meterse entre los cañaverales apenas bajaban de los autos.
—Ojo con la vía alertaba siempre Jorge mientras se cambiaban.

—No pasan trenes, casi tranquilizaba Norberto. Y era verdad, o pasaba uno cada muerte de obispo, lentamente y metiendo ruido.

—¿No vino la hinchada? ya preguntaban todos al llegar nomás, buscando al viejo. ¿No vino la barra brava?Y se reían. Pero el viejo no faltaba desde hacía varios sábados, firme debajo del árbol, casi elegante, con un cierto refinamiento en su postura erguida, la mano derecha en alto sosteniendo la radio minúscula, como quien sostiene un ramo de flores.

Nadie lo conocía, no era amigo de ninguno de los muchachos.

—La vieja no lo debe soportar en la casa y lo manda para acá bromeó alguno.

—Por ahí es amigo del referí —dijo otro.

Pero sabían que el viejo hinchaba para ellos de alguna manera, moderadamente, porque lo habían visto aplaudir un par de partidos atrás, cuando le ganaron a Olimpia Seniors.

Y ahí, debajo del árbol, fue a tirarse el Soda cuando decidió dejarle su lugar a Eduardo, que estaba de suplente, al sentir que no daba más por el calor. Era verano y ese horario para jugar era una locura. Casi las tres de la tarde y el viejo ahí, fiel, a unos metros, mirando el partido. Cuando Eduardo entró a la cancha —casi a desgano, aprovechando para desperezarse— cuando levantó el brazo pidiéndole permiso al referíí, el Soda se derrumbó a la sombra del arbolito y quedó bastante cerca, como nunca lo había estado: el viejo no había cruzado jamás una palabra con nadie del equipo.

El Soda pudo apreciar entonces que tendría unos setenta años, era flaquito, bastante alto, pulcro y con sombra de barba. Escuchaba la radio con un auricular y en la otra mano sostenía un cigarrillo con plácida distinción

.—¿Está escuchando a Central Córdoba, maestro? —medio le gritó el Soda cuando recuperó el aliento, pero siempre recostado en el piso.

El viejo giró para mirarlo. Negó con la cabeza y se quitó el auricular de la oreja.—No sonrió.

Y pareció que la cosa quedaba ahí. El viejo volvió a mirar el partido, que estaba áspero y empatado.

Música dijo después, mirándolo de nuevo.Algún tanguito? —probó el Soda.

—Un concierto.

Hay un buen programa de música clásica a esta hora.

El Soda frunció el entrecejo. Ya tenía una buena anécdota para contarles a los muchachos y la cosa venía lo suficientemente interesante como para continuarla. Se levantó resoplando, se bajó las medias y caminó despacio hasta pararse al lado del viejo.—Pero le gusta el fútbol —le dijo—. Por lo que veo.

El viejo aprobó enérgicamente con la cabeza, sin dejar de mirar el curso de la pelota, que iba y venía por el aire, rabiosa.—Lo he jugado. Y, además, está muy emparentado con el arte —dictaminó después—. Muy emparentado.

El Soda lo miró, curioso. Sabía que seguiría hablando, y esperó.—Mire usted nuestro arquero —efectivamente el viejo señaló a De León, que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la cintura, todo un costado de la camiseta cubierto de tierra—. La continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de los muslos. La tensión en los dorsales —se quedó un momento en silencio, como para que el Soda apreciara aquello que él le mostraba—. Bueno... Eso, eso es la escultura...

El Soda adelantó la mandíbula y osciló levemente la cabeza, aprobando dubitativo.

—Vea usted —el viejo señaló ahora hacia el arco contrario, al que estaba por llegar un córner— el relumbrón intenso de las camisetas nuestras, amarillo cadmio y una veladura naranja por el sudor. El contraste con el azul de Prusia de las camisetas rivales, el casi violeta cardenalicio que asume también ese azul por la transpiración, los vivos blancos como trazos alocados. Las manchas ágiles ocres, pardas y sepias y Siena de los mulos, vivaces, dignas de un Bacon. Entrecierre los ojos y aprécielo así... Bueno... Eso, eso es la pintura.

Aún estaba el Soda con los ojos entrecerrados cuando al viejo arreció.

—Observe, observe usted esa carrera intensa entre el delantero de ellos y el cuatro nuestro. El salto al unísono, el giro en el aire, la voltereta elástica, el braceo amplio en busca del equilibrio... Bueno... Eso, eso es la danza...

El Soda procuraba estimular sus sentidos, pero sólo veía que los rivales se venían con todo, porfiados, y que la pelota no se alejaba del área defendida por De León.

—Y escuche usted, escuche usted... —lo acicateó el viejo, curvando con una mano el pabellón de la misma oreja donde había tenido el auricular de la radio y entusiasmado tal vez al encontrar, por fin, un interlocutor válido—... la percusión grave de la pelota cuando bota contra el piso, el chasquido de la suela de los botines sobre el césped, el fuelle quedo de la respiración agitada, el coro desparejo de los gritos, las órdenes, los alertas, los insultos de los muchachos y el pitazo agudo del referí... Bueno... Eso, eso es la música...

El Soda aprobó con la cabeza. Los muchachos no iban a creerle cuando él les contara aquella charla insólita con el viejo, luego del partido, si es que les quedaba algo de ánimo, porque la derrota se cernía sobre ellos como un ave oscura e implacable.

—Y vea usted a ese delantero... —señaló ahora el viejo, casi metiéndose en la cancha, algo más alterado—... ese delantero de ellos que se revuelca por el suelo como si lo hubiese picado una tarántula, mesándose exageradamente los cabellos, distorsionando el rostro, bramando falsamente de dolor, reclamando histriónicamente justicia... Bueno... Eso, eso es el teatro

.El Soda se tomó la cabeza.

—¿Qué cobró? —balbuceó indignado.—¿Cobró penal? —abrió los ojos el viejo, incrédulo.

Dio un paso al frente, metiéndose apenas en la cancha—.

¿Qué cobrás? —gritó después, desaforado—. ¿Qué cobrás, referí y la reputísima madre que te parió?

El Soda lo miró atónito. Ante el grito del viejo parecía haberse olvidado repentinamente del penal injusto, de la derrota inminente y del mismo calor. El viejo estaba lívido mirando al área, pero enseguida se volvió hacia el Soda tratando de recomponerse, algo confuso, incómodo.

—...¿Y eso? —se atrevió a preguntarle el Soda, señalándolo.

—Y eso... —vaciló el viejo, tocándose levemente la gorra—...Eso es el fútbol.

2 de abril de 2008

Basta, mi amor. Al-Taïr

Caminaban por Buenos Aires mirándose uno al otro. Seguros de ser inmunes a las trampas del amor, aunque por momentos sentían que el otro se les escapaba y era irrecuperable. Ella lo observaba a su lado, él sonreía (pero no estaba ahí, en realidad). Entonces, llegaba esa turbación que detestaba: sentía que él se alejaba cada vez más, que volvía a hacer lo que la lastimaba. Ella ahogaba su impotencia mirando hacia otro lado con una angustia infinita. Se preguntaba qué había sido de aquel hombre que la había enamorado, ese al cual le importaba la relación.

Miranda volvía a caminar sobre la cornisa del amor, tan insegura como antes. Le extendía la mano, pero él estaba en otro mundo y ella lo sabía tan alejado que se resignaba, no quería hacer nada.

A la noche se perdía entre la multitud, sola y vacía hasta el hastío. Buscaba un hombre para abandonarse entre sus brazos y besos vacíos que después no iba a recordar. Hombres de utilería, que se rompen ante el menor descuido y desaparecen sin más. Caminaba hacia ningún lugar, cavilando. Ignacio estaba siempre presente en sus días, a pesar de todo.

A la mañana siguiente, cuando toda esa avalancha de incertidumbre había quedado atrás y lo veía durmiendo a su lado en la habitación, lo despertaba con los más tiernos besos. Pero sabía -tal vez ambos sabían- que era tarde: el respeto se había ido para siempre.

Se duchaban juntos después de hacer lo que hacen todas las parejas, se amen o no, y desayunaban en el comedor. Se despedían en la puerta del edificio de ella y cada uno a su oficina en su auto.

Cuando se reencontraban, salían a cenar afuera y se abrazaban y besaban en todo momento, como si de esa manera pudieran borrar las dudas del día y asegurar la pasión en la cama de plaza y media, que no estaba preparada para una pareja, que nunca iba a ser matrimonial por acuerdo entre ambos.

Luego caminaban de la mano hasta la casa de alguno de los dos. Ella lo miraba extrañada y él sólo sonreía, disperso del mundo y de todo. Entonces Miranda se desesperaba, recordaba cómo una y otra vez tendría que resignarse a perderlo y la sola idea le resultaba insoportable. Él estaba y no estaba, se esfumaba de su lado sin previo aviso. Ignacio estaba allí, pero su mente había evadido la presencia de Miranda una vez más. Se soltaron sus manos, ella temblaba y él sólo atinaba a mirarla despreocupado, sin la menor atención.

Y Miranda extendía por última vez una mano imaginaria tratando de alcanzarlo, y se daba cuenta de que él no estaba ahí, que otra vez no estaba. Y la sombra de Ignacio se apartaba, la sombra que era él mismo cuando estaban juntos. Y se llevaba consigo todo, la despojaba de todo su amor. Miranda corría tras él, pero no podía alcanzarlo. Ignacio no sólo era más rápido, sino que nunca miraba hacia atrás, no era su estilo.

Entonces ella se detenía de repente en medio del camino, aun con la mano extendida, rogándole que estuviera con ella otra vez, como al principio. Pero él no (la) escuchaba, como siempre.

En esos momentos Miranda sentía un dolor fuerte y persistente en el pecho, que se extendía luego a todo su cuerpo. Dolía, como duele la indiferencia de alguien junto a quien un día se soñó. Como sólo lo saben aquellos a quienes se les ha quitado la ilusión con falsas promesas, con basuras verbales. Una mezcla de vacío e indignación se apoderó de ella. Miranda hizo a un lado todo, borró sus recuerdos con Ignacio de una vez y para siempre. Se levantó, no era nada, había que olvidar(lo).

Comprendió que ya era tarde, como cuando caminaban por Buenos Aires abrazados, como siempre lo había sido para los dos. Entonces volvió a conducir en su auto hasta Ezeiza, y volvió a pensar en emigrar para siempre del país. Volvió a pensar en ese avión surcando el cielo que no llegaba nunca, y que era tan necesario. Volvió a extender sus brazos como si volara ella también, lejos de Buenos Aires. Y entonces se olvidó de Ignacio de una vez, y se le escapó una sonrisa repentina, indómita.

Alguien la sacudió muy suavemente en ese momento, era él. Abrió los ojos y ambos estaban tomando el sol en una playa de Mykonos. Ella sonrió, esta vez de verdad. Volvió a la realidad abruptamente. Él se había incorporado a su lado, sabía que Miranda tenía esos recurrentes pensamientos.

Nunca iban a entenderse. Él seguía alejándose, tal como lo veía ella en sus sueños, esos que a él le parecían sueños sin importancia. De manera que la rueda comenzaba a girar, él estaba muy preocupado en sí mismo como para pensar una solución conjunta. Y Miranda sabía que estar juntos no era estar cerca y viceversa. Lo que para Ignacio era filosofía, para ella era lo esencial.

se incorporó, mientras él miraba a una adolescente que paseaba con sensualidad por allí. Ignacio amaba a Miranda con locura -ella creía saberlo, al menos por momentos-, pero no era sólo eso lo que buscaba. Ignacio ya no le demostraba que la amaba, ni tampoco se lo decía.

Estaban y no estaban, decían amarse pero las dudas quedaban siempre expuestas ante la menor discusión. Tarde, muy tarde para recuperar el respeto. Más tarde aun para que Miranda se quedara con él. Pero seguramente eso lo tenía sin cuidado. Parecía tan preocupado por él que ya no importaba rescatar nada de todo lo que los había unido alguna vez.

Siempre era lo mismo: cuando parecía que algo importante había llegado a su vida, se desarmaba como una quimera. Miranda esbozó una sonrisa, se dio cuenta que no era que él la quisiera, sino que simplemente quería a alguien porque era su forma de no sentirse solo, porque sí. Después venían los reproches, porque no sabía qué hacer con todo eso. No sabía explicarse.

Se dio cuenta que cuando él le decía que no podía, en realidad estaba diciéndole que no quería. Porque después, cuando había algo que lo movilizaba, hacía lo imposible para lograrlo.

Se dio cuenta que Ignacio era una de esas personas que intentan disimular su indiferencia por algo con la frase "hoy no puedo", en lugar de decirle la verdad: que no le interesaba. Abrió los ojos y pudo ver que Ignacio tenía en claro lo que deseaba, y hacia eso iba, lo demás pertenecía a un mundo que lo tenía sin cuidado. Y en ese mundo había caído Miranda, aunque él jurara que no. Ignacio la había sabido enamorar, pero ella iba a demostrarle que fue un error dejar de alimentar ese amor: creer concerteza que Miranda siempre estaría junto a él, incondicional.

Fue por esa época que ella salió nuevamente a enamorar. Que dejó al margen a Ignacio y volvió a vivir con sus propias reglas. Que retornó a su antiguo estilo de vida. Se despojó de ese tiempo y de los recuerdos felices construidos junto a él. Comenzó a negarlo frente a sus conocidos y mucho más frente a los desconocidos. Fue la época en que comenzó la trampa de su amor.

Ignacio existía cuando se veían, el resto del tiempo era de ella, sólo de ella. No valía la pena alguien que confundía las cosas, que era un hipócrita más. Ignacio había maltratado el amor y cuando ella trató de salvarlo la rechazó: "Basta, mi amor", se dijo Miranda un día. Ella había tenido paciencia, ahora era tiempo de jugar. De volver a jugar, por qué no.


29/09/1998

Este amor, Jacques Prévert

Este amor
Tan violento
Tan frágil
Tan tierno
Tan desesperado
Este amor
Bello como el día
Y malo como el tiempo
Cuando hace mal tiempo
Este amor tan verdadero
Este amor tan hermoso
Tan feliz
Tan alegre
Y tan irrisorio
Temblando de miedo como un niño en la oscuridad
Y tan seguro de sí mismo
Como un hombre tranquilo en medio de la noche
Este amor que daba miedo a los otros
Que les hacía hablar
Que los hacía palidecer
Este amor acechado
Porque lo acechábamos
Acosado herido pisoteado rematado negado olvidado
Porque lo acosamos herimos pisoteamos rematamos negamos olvidamos
Este amor íntegro
Tan vivo aún
Y soleado
Es el tuyo
Es el mío
Ese que ha sido
Ese algo siempre nuevo
Y que no ha cambiado
Tan verdadero como una planta
Tan tembloroso como un pájaro
Tan cálido tan vivo como el verano
Juntos podemos los dos
Ir y venir Podemos olvidar
Y después volvernos a dormir
Despertarnos envejecer sufrir
Volvernos a dormir
Soñar con la muerte
Despertarnos sonreír y reír
Y rejuvenecer
Nuestro amor sigue allí
Empecinado como un borrico
Vivo como el deseo
Cruel como la memoria
Ridículo como los arrepentimientos
Tierno como los recuerdos
Frío como el mármol
Hermoso como el día
Frágil como un niño
Nuestro amor nos mira sonriendo
Nos habla sin decir nada
Y yo lo escucho tembloroso
Y grito
Grito por ti
Grito por mí
Te suplico
Por ti por mí por todos los que se aman
Y los que se han amado
Si le grito
Por ti por mí y por todos los demás
Que no conozco
Quédate
Allí donde estas
Donde estabas antes
Quédate
No te muevas
No te vayas
Nosotros los que somos amados
Te hemos olvidado
Pero tú no nos olvides
Sólo te teníamos a ti sobre la tierra
No dejes que nos volvamos fríos
Aunque sea cada vez desde más lejos
Y desde donde sea
Danos señales de vida
Mucho más tarde desde el rincón de un bosque
En la selva de la memoria
Surgiendo de repente
Tiéndenos la mano
Y sálvanos.

Tu cara en tu espalda, Al-Taïr

¿Y si tu cara estuviera en tu espalda?
Te miraría con mi nuca
te guiñaría un cabello
y te hablaría a través de mi cuello.

¿Y si tu cara estuviera a tus espaldas?
¿Cómo conocerte?
Te dirigiría la palabra sin saber quién sos
y me afanaría en vano por tocarte.

¿Y si tu cara diera una vuelta para ir a tu nuca?
No habría problemas de ojos azules, negros o café
de ñatos o frontones
de bajos y altos ...

¿Y si no fuera mala idea la mía?
Y no me miraras sólo con tus ojos
ni buscaras sólo mis besos
y dieras vuelta ahora mismo tu cara.

Pero claro, tu cara está en tu cara
y me mirás sólo con tus ojos
y buscás sólo mis besos
y soy yo la que te da la espalda.



23/10/1996

Transmutación, Hugo Finkelstein

Te amo,
porque no sólo veo en ti
mi reflejo,
sino porque en mí mismo,
está también tu reflejo.
Porque puedo aceptar
tu pequeño universo
e invitarte a vivir
en mi mundo compartido.
Te amo,
porque quiero escalar contigo
los cielos
y porque en la geografía de tu cuerpo
percibo el misterio de la vida.
Porque tu mundo tiene
su propio colorido,
su propio olor,
y más me importa amarlo que comprenderlo.
Fascinarme, que conocerlo.