22 de febrero de 2009

Café, Flavia Ricci

Sabía que te gustaría. O era mi gran apuesta para que la noche, con aquel corolario, terminara mejor aun de lo que comenzó cuando te conocí. Puse los dos pocillos colombianos en una bandeja de madera del Tigre, te pregunté si le ponías azúcar y casi te obligué a probarlo sin ella, porque así no se desvirtuaba el sabor. Tiempo después me agradeciste el imperativo. Lo serví en la cocina, acerqué la bandeja al living donde ambos estábamos sentados a la expectativa y vos bebiste un poco de ese café. Te demoraste degustándolo, mirando el pocillo. Yo no podía despegar mis ojos de toda tu cara. Y cuando volviste a dejarla despojada de pocillos y demás obstáculos sentía unas ganas terribles de besarte, de abrazarte, de dejar pocillos y café para mañana. Pero me quedé en mi sitio y vos me dijiste que era el café más rico que jamás hubieras probado. Y yo sonreí. Y vos también.
Al día siguiente, preparé el desayuno para ambos y di por sentado que beberías café. Vos me dijiste que "cómo no" una vez que viste sobre la mesa todo desplegado. Y yo me sentí la mujer más feliz sobre la tierra. El café, ese café, era el mismo. Y se convertiría en nuestro café de cada día. Pero vos, vos en tu esencia, ya no eras el mismo que la noche anterior. Sobre todo, porque aunque tenías la misma ropa, ahora yo estaba perdidamente enamorada de vos, café mediante.

14 de febrero de 2009

Mujer buzo, Flavia Ricci

A estas alturas, mis reflexiones llegan hasta decirte que hace mucho calor para ponerse buzo en Buenos Aires, que no sé con qué reemplazarlo y que ahora entiendo por qué en Europa hacía nudismo y aquí en Argentina no puedo.

12 de febrero de 2009

Velocidad luz, Flavia Ricci

Todo deprisa
Conocerte
Encontrarte
Encontrarnos
Mis nervios
Tus palabras
Mis titubeos
Tu paciencia
Mi mano hacia las tuyas
Vos absorbiendo el aire que respiré
Un horizonte nuestro
Proyectos, todos y más
Sonrisas
Pudores
Abrazos
No te vayas
No te vayas
No te vayas
Debo irme, lo siento
Yo en cambio, ahora, ya no siento nada

Me Río de la Plata, Flavia Ricci

Aquello que me parecía enorme, ahora es pequeño (esos edificios)
Aquello que me parecía lejano, ahora está cerca (esas personas)
Aquello que me parecía a mi lado, ahora no está (ese amor por vos)
Aquello que no valoraba, ahora disfruto
Y ya no pienso en nada de ahora hacia atrás
Una pluma mágica lo ha borrado todo y por primera vez he cambiado de ciudad sin mochilas a cuestas
Olvidar es también saber tener buena memoria
Y he quitado espacio en mi memoria RAM para poder procesar mejor las cosas que verdaderamente valen la pena
Un libro
Un mail
Una sonrisa
Una palabra sincera
Una comida al aire libre en casa
Arrodillarme para ver las hormigas y el cesped crecer y crecer
Mirar la panza de Lola cuando duerme en el jardín patas arriba
Dormirme en mi hamaca brasilera con el sol apenas en mi cara
Sentir el aroma de tu shampoo en mi almohada e imaginarme que dormimos juntos anoche
Volver a sentir
A sentirme aquí y ahora
Donde todo, absolutamente todo, puede volver a escribirse

9 de febrero de 2009

Si ella lo dice, Flavia Ricci

Los dos se cruzaron en momentos insospechados, buscándose sin reconocerlo. Se mezclaron los acentos y las formas de decir, las bebidas, las comidas y costumbres. Se borraron las fronteras y los pasaportes. Se unieron las manos en una que avanzaba firme. Poco a poco fueron dejando a un lado el vos y yo para ser los dos. Y poco a poco los dos dio paso a nosotros. En ese nosotros se reconocían compinches para reír, bailar, comer, beber y dormir. Ella conocía sus detalles más allá de lo que él se atrevía a mostarle. Y le mostraba aun las cosas que él se esmeraba en esconderle por temor a pasar del nosotros al los dos y de ahí al vos y yo. Pero luego vinieron los dichos y las interpretaciones, los significados y significantes. Ella quería, pero él no daba señales. Él no se atrevía a decir, y ella no quería jugar.

Entonces, hicieron lo peor que pueden hacer dos personas: actuar de acuerdo a lo que hace el otro. Y se dejaron llevar. Un día ella lo reconoció por la calle. Habían pasado años y él peinaba algunas canas. Su pelo seguía intacto, por lo demás. Tan copioso como aquel al que a ella le gustaba ratrillar desde la nuca hasta el comienzo de las sienes. Esa noche se quedó pensando en su destino ...

3 de febrero de 2009

Países Bajos, Federico Jeanmaire


Decidí armarme de valor y callarme al menos por un rato.
Y mi silencio te hizo bien.
O quizás mal, no sé.
Lo que en realidad quiero decir es que mi absoluto mutismo te permitió relajarte un poco y así coordinar sintácticamente algunas pocas palabras, por ejemplo:

- No me vayas a herir, no lo resistiría.

Así fue como supe o, mejor dicho, así fue como descubrí que no te había ido demasiado bien en la vida con las cuestiones amorosas. Que tenías un miedo gigantesco. Enorme. Un miedo monstruoso. Y que necesitabas con alguna urgencia inventarte alguna barrera que fuera lo bastante sólida como para detener mi tan insoportable verborragia sentimental.
Así creo que fue como descubrí, Ruska tan roja, tan rojísima, que estabas muy sola, demasiado sola en el mundo.