Los dos se cruzaron en momentos insospechados, buscándose sin reconocerlo. Se mezclaron los acentos y las formas de decir, las bebidas, las comidas y costumbres. Se borraron las fronteras y los pasaportes. Se unieron las manos en una que avanzaba firme. Poco a poco fueron dejando a un lado el vos y yo para ser los dos. Y poco a poco los dos dio paso a nosotros. En ese nosotros se reconocían compinches para reír, bailar, comer, beber y dormir. Ella conocía sus detalles más allá de lo que él se atrevía a mostarle. Y le mostraba aun las cosas que él se esmeraba en esconderle por temor a pasar del nosotros al los dos y de ahí al vos y yo. Pero luego vinieron los dichos y las interpretaciones, los significados y significantes. Ella quería, pero él no daba señales. Él no se atrevía a decir, y ella no quería jugar.
Entonces, hicieron lo peor que pueden hacer dos personas: actuar de acuerdo a lo que hace el otro. Y se dejaron llevar. Un día ella lo reconoció por la calle. Habían pasado años y él peinaba algunas canas. Su pelo seguía intacto, por lo demás. Tan copioso como aquel al que a ella le gustaba ratrillar desde la nuca hasta el comienzo de las sienes. Esa noche se quedó pensando en su destino ...
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