30 de septiembre de 2012

Confusiones en las noches de luna llena, Flavia Ricci

La luna iba subiendo, redonda y plateada, en un cielo algo nuboso. Miró hacia arriba y disfrutó al aire libre de unas copas de vino. Cerró los ojos y pensó en noches de lobos feroces y más lunas llenas, en que ya no colaba hacerse pasar por Caperucita, pero que sería igualmente divertido. 
Sonrió cuando una catarata de deseos mezclada con recuerdos se le vino a la mente tan de repente. Le agregó una buena dosis de fantasía y ya tenía el cóctel perfecto. Hubo un llamado telefónico al que solamente respondió con una hora precisa: faltaban dos horas. Bebió, pensó, sonrió y siguió mirando la luna llena. Iba a visitarla el lobo.
Por la mañana estiró el brazo en su cama, para desperezarse, y tocó una espalda que no tenía nada de peluda y bajó hasta unas piernas que parecían haber pasado por la depilación definitiva. No abrió los ojos. No era un lobo. Siguió durmiendo a pesar de que el sol ya se filtraba por su ventana. 
Horas más tarde se despertó, sola, en su cama. Miró hacia todos lados: nadie. Bajó a prepararse el desayuno y vio la puerta de calle entreabierta. Sonrió.

27 de septiembre de 2012

Autoadhesivo, Flavia Ricci

Semáforo en rojo
Me detengo detrás de tu coche
Miro hacia adelante
Me devolvés una sonrisa desde tu espejo retrovisor
Semáforo verde
Avanzás en primera
Avanzo yo
Guiños desconcertantes
Mi coche sigue detrás del tuyo
Miro encima de tu paragolpe
Aparece una familia autoadhesiva
Te paso por la izquierda
Pongo segunda
Acelero y giro en la primera esquina.


26 de septiembre de 2012

Eco, Flavia Ricci

Me quedé haciendo malabares con tus palabras, peligrosas palabras, persuasivas palabras, sensuales palabras. Pensamientos que tuviste que verbalizar, llenándome de falsas certezas y de un vértigo que no quería. Palabras que quedaron ahí, sentando una base a donde podíamos regresar cuando no estuviéramos seguros de haberlas dicho. Palabras que no nos permitieron entonces retroceder, ni imaginar otros mundos con otras palabras, ni fantasear con que quizás uno de los dos no quisiera decirlo así. Palabras que me cercaron, que me llevaron a la acción, a una acción en base a esas palabras que te empecinaste en que dijera. Y te las dije. Con tus palabras me hiciste subir hacia una cima escarpada y filosa, que subí confiada casi corriendo y sin esfuerzos. En la cima, cuando quise compartir mis palabras, cuando quise recrearlas para dártelas, acaso con sinónimos igual de válidos, me habías dejado sola. A ciegas. Desconcertada. Vacía. Silencio. No hay palabras. Hay un eco, un eco de todo lo que me dijiste. No sé si lo he imaginado, así que regreso perdida a intentar encontrarte en tus palabras. Y solamente queda eso, vos no estás, vos desapareciste, a vos no te bastó encontrarme. Siento un eco, un eco acallado que se va apagando. Mi oído no escucha nada más. Te llamo. Te has ido. Después de todo aquel ruido, te has ido, no estás. 
Bajo como puedo de la montaña, dejo la cima. Vuelvo a dormir en lugares diversos, en casa y te busco, en vano. 
Voy quitándote, como si fueran post-it, los proyectos que había colgado para que vos, para que yo, hiciéramos. Se cierran puertas, viajes, comidas, risas, libros, películas, caminatas, amaneceres, noches, abrazos, besos. Quito todo, de a poco y con tristeza pero también con determinación. No me olvido de vos,  ni me olvido de todas esas cosas lindas que quiero hacer. Me olvido de todas las cosas lindas que quise que hiciéramos juntos. Quito la línea mental que unía tu persona, a esas cosas que quiero. Y te suelto, te dejo, me alejo de vos. Suena un eco, un eco después de todo aquel ruido. Jugaste conmigo, no me di cuenta, te creí. Escucho un eco, pero un eco cada vez más chiquitito

Hombre abeja, Flavia Ricci

A esas horas tempranas de la mañana en las que el sol ya acaricia superficies lisas y rugosas, yo conduzco camino a casa mirando una población de madres y padres que llevan a sus niños al colegio. Con Emma Shapplin sonando en el coche, aparece el hombre abeja a través de mi ventana en la plaza de la ciudad. Y yo sonrío mirándolo. A estas alturas podría saludarlo y seguir, con el coraje que me da la música. Pero me quedó mirando su casco, sus auriculares que le han dado el apodo con el que yo mentalmente lo llamo y esos conitos fosforescentes y anaranjados que delimitan vaya una a saber qué. Paso en el coche, hombre abeja. Hombre que me mira, que me sonríe, que me saluda con una mano y me sigue con la vista. Suena Emma Shapplin, cierro ligeramente los ojos, giro a la izquierda y regreso a casa. Hasta mañana, hombre abeja.

25 de septiembre de 2012

El otro cielo, J. Cortázar

Me ocurría a veces que todo se dejaba andar, se ablandaba y cedía terreno, aceptando sin resistencia que se pudiera ir así de una cosa a otra. Digo que me ocurría, aunque una estúpida esperanza quisiera creer que acaso ha de ocurrirme todavía. Y por eso, si echarse a caminar una y otra vez por la ciudad parece un escándalo cuando se tiene una familia y un trabajo, hay ratos en que vuelvo a decirme que ya sería tiempo de retornar a mi barrio preferido, olvidarme de mis ocupaciones (soy corredor de bolsa) y con un poco de suerte encontrar a Josiane y quedarme con ella hasta la mañana siguiente.

23 de septiembre de 2012

Nombrar, Flavia Ricci

Lo primero que haré es preguntarte tu nombre
porque no sos parte de la gente, sos vos
para sacarte del grupo uniforme y homogéneo
y darte tu lugar y tiempo, conmigo
Después de tantos anónimos
Tantas caras sin nombre que recorren mi mente
Vos no sos como cualquiera
Quiero saber tu nombre
para que cuando te sueñe
te espere, te quiera tanto como te quiero
pueda nombrarte
y me quede en tu nombre.

El amenazado, J. L. Borges

Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. ¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejercitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.

(De El oro de los tigres)

21 de septiembre de 2012

Ruido, Flavia Ricci

Los versos me hicieron ruido: "Pero nunca, nunca lo que llega es igual a lo esperado". Tuvo que decirlo, tuve yo que leerlo. Y se clavaron en mi mente y allí vagan, de un lado a otro, sin cesar. Como un títere voy y vengo, dando más que lo que recibo, esperando más de lo que me esperan, o con esa sensación. Sin querer explicar nada, porque no hay nada que explicar. Esta situación incómoda de estar en desventaja, de haberme quedado sin nada y a la vez con toda tu nada, porque nada me has dado más que frases que comienzan con "tal vez". 
Yo te di todo un mundo, quizás imperfecto, pero que era mío. Entraste como quisiste y cerraste la puerta detrás. Yo quería entrar en el tuyo, pero nos quedamos solamente en éste, el que vos decidiste. Con total soltura me hablaste de amantes y amores, y yo escuché sin pestañear. Me quedé en un lugar incómodo, pero me quedé. Respondiendo a todo, incluso a tus expectativas que cada día me interpelaban, pero sin recibir más que silencios pausados de acuerdo a tu capricho. No quiero esto, no me basta, no me sirve, me lastima. Quiero soltarlo, quiero soltarte. Voy a dejarte ahora, antes que sea tarde, aunque sea después de todo.

20 de septiembre de 2012

Hombres lejanos, Flavia Ricci


Borrosos, como difuminados
Lejanos, indescifrables
Conocidos, devenidos desconocidos
Ya no ladran, ni cabalgo
Hombres lejanos
borrosos
difuminados
se pierden
en horizontes pasados
y una mujer aparece
con las cosas cada vez
más claras.


16 de septiembre de 2012

Los lugares, Juan Carlos Onetti


–Usted puede ir a Santa María cuando quiera. Y sin que nada le cueste, sin viajar siquiera. Escuche: ... Brausen.

Se estiró como para dormir la siesta y estuvo inventando Santa María y todas las historias. Está claro.
–Pero yo estuve allí. También usted.
–Está escrito, nada más. Pruebas no hay. Así que le repito: haga lo mismo. Tírese en la cama, invente usted también. Fabríquese la Santa María que más le guste, mienta, sueñe personas y cosas, sucesos.

Imagen:  http://www.onetti.net/


11 de septiembre de 2012

Cucharitas, Flavia Ricci

Entré apurada buscando las cucharitas.
Tu sonrisa, amplia, me iluminó el día. De paso, me saludaste como si me conocieras, o me esperaras, y yo te creí, porque vivo en una pequeña ciudad y es factible.
"Acá podés encontrar todas las cucharitas que hayas soñado", fue tu frase certera. Y yo te dije que soñaba con muchas cosas, pero no quería terminar soñando con las cucharitas.
Me vendiste unas sueltas, sin muchos detalles de mi parte y con muchas ganas de seguir el diálogo de la tuya ... Omití la frase que suele alejar ligues rápidos: "es que MI HIJA necesita las cucharitas para el colegio" ... bla bla bla ...
Te devolví la sonrisa, franca, con mi pelo habitualmente despeinado ... pagué, te saludé cordialmente y me fui pensando "si vos supieras, si supieras ....".