A esas horas tempranas de la mañana en las que el sol ya acaricia superficies lisas y rugosas, yo conduzco camino a casa mirando una población de madres y padres que llevan a sus niños al colegio. Con Emma Shapplin sonando en el coche, aparece el hombre abeja a través de mi ventana en la plaza de la ciudad. Y yo sonrío mirándolo. A estas alturas podría saludarlo y seguir, con el coraje que me da la música. Pero me quedó mirando su casco, sus auriculares que le han dado el apodo con el que yo mentalmente lo llamo y esos conitos fosforescentes y anaranjados que delimitan vaya una a saber qué. Paso en el coche, hombre abeja. Hombre que me mira, que me sonríe, que me saluda con una mano y me sigue con la vista. Suena Emma Shapplin, cierro ligeramente los ojos, giro a la izquierda y regreso a casa. Hasta mañana, hombre abeja.
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