Habían pasado varios días y yo todavía estaba pensando qué le podía regalar... Ya le había dado los gemelos de oro y la traba que en esa época se usaba en la corbata; no podía pedirle plata a mi papá, realmente no sabía qué hacer.
Pero esa tarde se me ocurrió algo.
Fui a la florería que estaba en la esquina de la avenida San Martín y avenida América, y le pedí a don Felipe que me hiciera un moño de cinta celeste bien grande, con dos tiras largas. El me preguntó:
–¿Y con qué flores, Cipe?
–No, flores no necesito. Solamente las cintas celestes –le contesté.
Después me fui a mi casa –a la que todavía llaman “el castillito”, porque es una casa que está sola en su manzana y es como un castillo en miniatura–, que quedaba a dos cuadras, frente a la estación Devoto, apenas llegué lo llamé a Meme y le pregunté si venía a buscarme o quería que yo fuera por él.
–No, vení vos, porque mis viejos todavía no se fueron al club y tengo que bañarme y vestirme –me dijo.
Muy bien.
Entonces me bañé, me arreglé, me puse el vestido de encaje celeste que mi mamá me había hecho el año anterior, para la fiesta de quince, y me miré en el espejo. Me puse el moño para ver cómo me quedaba. Estaba nerviosa: iba a ser la primera vez. Me saqué el moño, me peiné: me temblaba la mano con el peine. Salí caminando para su casa, a buscarlo; llevaba al moño en la mano.
Subí los dos pisos de escaleras, me puse el moño en la cabeza, y en ese instante sentí que el moño y mi cabeza se disparaban en un arrebato, pero toqué el timbre. Meme salió, mojado, envuelto en una toalla. Yo abrí los brazos, y le dije:
–Meme, acá tenés tu regalo para los dieciocho años...
Se le cayó la toalla. El fue mi primer hombre y el padre de mi única hija. Era el 4 de abril de 1945.
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