23 de septiembre de 2006

El efecto huevo frito, Flavia Ricci

Llegó a su casa feliz, radiante, con las bolsas de la compra para preparar la cena para dos. Era viernes, su día predilecto porque todo estaba por vivirse. Preparó todo como si fuese su primera cena, habían quedado esa mañana para verse en la noche en casa de ella. Puso música, de Enzo Enzo, y observó cómo todo iba haciéndose poco a poco en ollas y cazuelas. Pensó una y otra vez en él cruzando el umbral, como en cámara lenta, cuadro por cuadro. Se duchó, se puso aquel vestido primaveral ceñido al cuerpo y con aire adolescente. Se miró una y otra vez al espejo, sonrió con su sonrisa amplia y los dientes blanquísimos y parejos. Se arregló y miró el reloj. Era extraño que aun no hubiese llegado. Llevaba 20' de retraso. Tampoco podría haberlo olvidado, porque habían cerrado la propuesta de ella de común acuerdo. Pero el reloj avanzaba y con él la preocupación de ella iba subiendo. Más tarde comenzó a sentir rabia, hasta que sus ganas de verle mermaron y se transformaron en nulas. Pasó una hora, hora y media, dos horas ..... Cuando sonó el timbre ella estaba mirando tv en su cama, ni siquiera había probado la comida, tampocó quitó los platos de la mesa. Aun así, había decidido no atender. Cerró los ojos, la nada, sabía que tarde o temprano él marcharía resignado, aunque no tanto como ella. La generación de expectativas, su explosión y, la nada. La nada que quedaba luego de esas partículas de expectativas que salían despedidas como trozos de cristal. La nada, posterior a la rabia.
Se levantó al día siguiente, cogió su móvil: "hola Paula, cómo estás? bueno, no pude llamarte para avisarte que llegaba tarde a tu casa. Toqué varias veces pero no estabas. Lo siento, soy Nacho".
Ella borró el mensaje. Y jamás, jamás, volvió a llamarle ni a saber de él.

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