9 de septiembre de 2006

Cortar amarras, Flavia Ricci


Aquel día en que lo vi desde el autobús y no fui capaz (debería decir "no quise") de bajar a besarlo, ni siquiera le hice una seña ni me asombré de cruzarlo en Buenos Aires, creo que desde aquel día había comenzado mi des-enamoramiento. Muchos me decían que desde hacía mucho más yo era quien miraba hacia los lados, y eso me impedía (o tal vez era un acto adrede) enfrentar (afrontar?) la realidad: no estaba enamorada de él. Alguna vez lo había estado? De qué me servía ese estado de "peor es nada"?

Fuimos felices, sí. Hay fotos que lo atestiguan, hay sonrisas, frases, eMails, sms, llamados por teléfono y mensajes en el contestador. Hay bares, restaurantes, teatros, cines y calles, muchas calles que lo atestiguan. Y yo? Puedo yo decir que fui feliz con él, que lo amé alguna vez? Podré mirar aunque sea una vez de frente la realidad y decir sí o no?

Aquel día sabía que poco a poco iban mermando mis ganas de verle. Y pasé de aquellas ganas locas a ese casi desgano, hasta llegar a un resignado tiempo junto a él. Curiosamente, me di cuenta que yo le daba luz, pero él me aportaba sombra. Y esa sombra me fue llevando a un estado que iba desde el rechazo (debo sobrevivir) hasta el querer sacarlo de ese estado cotidiano (debo hacer algo por él).

No sé si mis palabras habrán sido la salvación o el naufragio, tal como lo ha sido su silencio. En todo caso, no creo que hayamos corrido la suerte de Yves y Nadège en Medianoche de amor, aquel libro de Michel Tournier.

Seguramente, no sólo si le viese por Buenos Aires miraría hacia mis lados, sino que con todas mis ganas ansío no verle nunca más, porque es como ver una sombra y yo estoy llena de vida, de amor. Más que nunca, creo que es una cuestión de vida o muerte. Y yo estoy decididamente por la primera.

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