6 de agosto de 2008
Anhelo, Flavia Ricci
Una espalda y una mano desplazándose por ahí, arriba abajo, abajo arriba. Una mano en contacto con una espalda conocida, familiar, tersa, fibrosa. Una espalda femenina con curvas, vértebras, con experiencia y tranquilidad. Una espalda que espera la noche, una mano que la recorre. Firme, joven, confiada, con fuerza. Una mano más suave que lo que ella recordaba. Y cuánto deseaba volver a sentir esa mano. Una mano masculina, una mano grande, con dedos largos. La noche avanza y ella, casi sin querer hacer ruido, se levanta. Al volver a la cama mira ese rostro que se dibuja a su lado y contra la luz de un nuevo amanecer porteño. Recuerda cuando había otro rostro que se dibujaba a su lado en otros amaneceres porteños que ella suponía infinitos pero fueron tan efímeros como muchos amores hoy día, y antes. Cierra los ojos, se mezclan las caras de todos los amaneceres porteños. Una mano masculina yace tranquila paralela a su cuerpo, toca su pierna de mujer. Y ella sonríe. Nace un nuevo día, con buenos aires, en Buenos Aires.
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