"Fuerza centrífuga es la que tiende a alejar los objetos del centro de rotación mediante la velocidad tangencial, perpendicular al radio, en un movimiento circular", Wikipedia
Septiembre, primavera en Buenos Aires, una vez más primavera. Una vez más su estación del año preferida por estas latitudes. Miró su casa, miró alrededor, preparó un café Buena Vista que le habían obsequiado desde Bolivia y se quedó tomando sol en el balcón con la cabeza hacia atrás. Pensó en la repetición de los días, pensó en que una vez más aparecían esos aromas a calor, esas bebidas que daban más gusto en primavera, y que volvía a aflorar en la gente esa predisposición a salir y permanecer en la calle haciendo nada desde las 19 en adelante. Pensó en la costanera de Vicente López, en San Isidro, en barriletes y Carlitos mirando el río color de león. Una fuerza centrífuga que llevaba dentro la devolvía a aromas, sitios y gente conocida, que entonces volvía a reconocer. Y con una sabiduría que descubrío que tenían esas repeticiones en su vida, también la fuerza centrífuga expulsaba a personas y hechos no deseados, que por falta de estabilidad o desinterés o simplemente porque no era el momento ni el lugar, salían de su vida. Los círculos eran sabios, las repeticiones cada vez más intensas. Porque repetir sus días junto a lo que le hacía bien, volver a sentirse libre repitiendo, era lo que finalmente había buscado. Ahora no le parecía tan extraño aquello de planear un año lo que le gustaría al siguiente. Era la primera primavera en ese balcón, porque allí todo había comenzado un verano. Y entonces, pensó, cuando llegue nuevamente el verano podrá resignificarlo, con su fuerza centrífuga que expulsaba todo lo que no estaba dispuesto a aferrarse. Escuchó un ruido y fue hasta el lavadero: el lavarropas estaba en su fase C y ella se quedo con una media sonrisa mirando cómo centrifugaba la ropa. Lo abrió, miró la ropa toda pegada a las paredes de metal plateado. Volvió a sonreir. Había aun aroma a café en la cocina, pero ella se preparó unos embutidos con queso, pan recién salido del horno que aprendió a hacer durante el invierno porteño y abrió una cerveza negra. Sólo una media se había desviado del centrifugado del lavarropas y se había colado entre sus paredes plateadas y su borde de goma gris. La agarró, la miró, vio que estaba algo sucia. Y la tiró al cesto.
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