Desde su mundo se dejaba caer en el mío cada vez que mi planeta y yo nos escapábamos de su órbita. No era una huída premeditada, sino que simplemente ocurría. Nuestros caminos eran paralelos, y aunque esto sonó al principio como promisorio, sobre todo porque parecía vaticinar que no iba a haber choques, mi planeta y yo sabíamos que lo mejor era que no se nos acercara, tenerlo fuera de (nuestra) órbita.
Él alguna vez fue de nuestro planeta, pero se fue a vivir a Venus. Y era tan perfecto para él su mundo en Venus que andaba por Venus, trabajaba en Venus, salía en Venus y hasta tenía su propio canal, llamado (cómo no), Venus.
Bajaba a la Tierra sólo para ir al banco, no al de la plaza, porque también los hay en Venus, sino a esos que dan o reciben dinero. Y lo de él era siempre recibir y recibir. Pero enseguida se encerraba nuevamente en su nave y marchaba a Venus.
Nadie lo molestaba y cuando alguien se acercaba a él, muchas veces porque él mismo lo deseaba, terminaba por salir por patas. Y como era su propio Rey en su propio planeta, construyó un imperio.
Y se creía feliz con su tecnología de última generación, sus casas de fin de semana, sus coches y sus logros en Venus.
Hace un tiempo lo vi y me miró con algo de envidia: yo iba feliz, rodeada de ese halo de felicidad que una siente porque sí, con su mismo coche, casas, tecnología de última generación. Pero además, de mi mano, iba mi hija.
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