24 de agosto de 2006

Serás mamá. O no serás nada

Chicuelos, chicuelas: un interesante artículo del último número de La mujer de mi vida. Que lo disfrutéis ... saludos desde Mendoza.



Nada de mamaderas, batitas o fotologs que actualicen día a día la metamorfosis del recién nacido. El mentado instinto maternal ya no es lo que era. O tal vez siga siendo lo que siempre fue, pero ahora las mujeres que no quieren tener hijos se animan a llevar esa decisión al terreno de la realización. No están solas.

Muchas parejas consideran que los hijos no son un proyecto tan interesante ni atractivo y cada vez son más los que optan por no procrear. Sin embargo, las mujeres que no quieren ser mamás, siguen soportando una condena social mal disimulada. ¿Una cuenta pendiente? ¿Con quién?

Algo es seguro, las que no quieran vástagos tendrán que explicar por qué, mientras nadie les pedirá razones a quienes ansíen descendencia. La maternidad es un hecho naturalizado, goza de una valoración social positiva y culturalmente custodiada: resulta disruptivo que alguien quiera renunciar a ella. ¿Por qué las mujeres resignarían el "privilegio" de ser madres? Tal vez porque ya no lo consideran precisamente un privilegio.

Mi mamá me mima
La maternidad como destino: ese es el mandato. La mayoría de las mujeres no se plantean si van a ser madres porque el interrogante no tiene asidero. El presupuesto es uno sólo: van a tener hijos. No importa cuándo, ni que nunca hayan reflexionado al respecto: van a ser madres. Sin embargo, decidir lo contrario puede dar lugar a un abanico de variantes infinitamente más tentadoras. Que la maternidad sea una alternativa a evaluar y no la única a seguir, resulta un gran alivio para muchas. Ser madre no es un deseo universal e irrefrenable compartido por todas las mujeres (sería sospechoso tamaño consenso deseante). Si así fuera, no seríamos individuos con diferentes apetitos y ambiciones sino pura reducción fisiológica, mero determinismo biológico. No habría una multiplicidad de mujeres, sino una única y mítica "mujer" (con mayúsculas si es madre, con minúsculas si no lo es)

El feminismo lleva décadas advirtiendo que el rol materno continúa naturalizado en nuestras sociedades en función de la hegemonía patriarcal, como forma de dominación tanto ideológica como cultural. Ser madre es un rol social asignado a priori y cuando una mujer manifiesta que probablemente no vaya a tener hijos, suenan voces de alerta. Amigos y familiares no se resignan. "Ya te va a llegar", vaticinan. La mayoría supone que se trata de posturas temporarias: si tienen poco más de 30, todavía hay tiempo para que se arrepientan y anuncien un buen día que están en sus nueve lunas. Hasta los más progres, los más modernos, los mejor plantados ideológicamente encuentran su límite. Están de acuerdo con la igualdad de oportunidades para los sexos, son defensores fervientes de la participación de la mujer en todos los aspectos de la vida pública y hasta creen que lo que llamamos feminidad tiene menos que ver con la naturaleza que con lo socialmente construido. Y sin embargo, al escuchar que sus amigas no desean tener hijos, empiezan a angustiarse sinceramente por su futuro. Aunque racionalmente pueden argumentar en contrario, íntimamente desean que sean madres. El mayor temor, el gran fantasma que sobrevuela la defensa de la maternidad, es la soledad. Si no tienen hijos, ¿qué van a hacer cuando sean mayores? Suponer que van a continuar apegadas a los mismos gustos y manías que las acompañaron durante décadas no resulta válido ni suficiente para los oídos preocupados. Es la nueva versión de la compasión hacia la solterona pero ya no porque le falte pareja (muchas la tienen y no quieren hijos) sino porque van a perderse la experiencia de la maternidad. No creen que logren vivir plenamente si no tienen hijos. Entonces empiezan las sonrisas, los guiños, las toses roncas, los "quien te dice, después cambias de idea". No les creen.

Memorias de una joven formal
El mes pasado, una norteamericana ingresó al libro Guinness por ser la madre más añosa registrada hasta el momento: habiendo sido madre a los 30, volvió a dar a luz a los 59 (fueron mellizos). Los diarios cubrieron la noticia y celebraron el "milagro" (que no tuvo jurisdicción celestial sino óvulos donados y fecundación in vitro de por medio). Ahora, quienes duden acerca de su vocación maternal ya no deberán leer El segundo sexo de Simone de Beauvoir. La ciencia avanza a zancadas para burlar al cucú biológico, cuidándose de resguardar intacto el paradigma natalista: se puede demorar todo lo posible la maternidad siempre y cuando no se renuncie a ella.

La identidad femenina descansó durante siglos en el mito de la diosa madre, mujer fértil-tótem sagrado, garantía de fecundidad. Incluso hoy, no basta con ser mujer, hay que ejercer como tal, y la maternidad es el ejercicio femenino por excelencia.

Mientras tanto, para muchas, los adormilados instintos maternos continúan hibernando: los niños les resultan maravillosos e irresistibles, siempre y cuando no dependan de sus cuidados para desplegar sus encantos. Y aunque parece que para las primerizas la maternidad se reduce a lidiar con bebés rozagantes y suaves redondeces, los hijos son pequeños la menor parte del tiempo: querer tener un hijo es desear, entre otras cosas, vivir de aquí a 12 años con un adolescente en tu casa (y mirá si encima le gusta el rock nacional). Como dice Woody Allen, los niños son demasiado jóvenes (la salida del colegio y las mamás de los compañeritos pueden producir urticaria).

¿Serán en el futuro viejas resentidas por no haber tenido hijos? No habría por qué suponerlo. Dentro de sus prioridades, un hijo no es candidato a ocupar el primer puesto. Sin embargo, el mandato taladra, horada, angustia. No es tan fácil. Como mujeres, lo mejor sería ser padres. Ellos tienen toda la vida para decidirse y si finalmente no eligen la paternidad, nadie les va a exigir que se realicen "como varones". Lo que hayan logrado en la vida bastará para que los hijos no resulten indispensables en el balance final. El "instinto paterno" no es igualmente valorado. Para las mujeres, la profecía es otra: "Cuando seas grande te vas a arrepentir y va a ser demasiado tarde". Parece que hay que tener hijos por las dudas.

El presupuesto velado tras el mandato de maternidad es que uno debe "realizarse". ¿Es acaso eso posible? ¿Cuál es la medida de lo que llamamos realización? ¿Y por qué pesa tanto el género para evaluar los campos posibles para que esa realización se ponga en juego?

Hijos, ¿para qué?
Nulíparas. Así se llama a las mujeres que no han tenido hijos. Actualmente, son la alarma demográfica en muchos países europeos. Alemania tiene el récord: una de cada tres mujeres no quiere tener familia. Según American Demographics, en 2010 el 44% de parejas en EEUU no tendrá descendencia y actualmente en Pekín, una décima parte no tiene hijos. Mientras tanto, la Organización Mundial de la Salud calcula que anualmente se producen 220 millones de embarazos, de los cuales 73 millones son indeseados. En nuestro país no estamos lejos de la capital China: una de cada diez mujeres no es madre. La decisión de no tener hijos está ligada a un paradigma de época: perimida la institución matrimonial, las parejas se fundan en uniones provisorias que, aunque en muchos casos terminen siendo duraderas, mantienen la ilusión de ser fácilmente disolubles. Los planes compartidos son a corto o mediano plazo y un hijo es un tipo de compromiso sin cláusula de rescisión. Las responsabilidades por tiempo indefinido están en contra de la moral moderna: implican una pérdida de libertad y de autonomía, impiden aventurarse a otras opciones. Bauman afirma que en una cultura de consumo que busca satisfacción instantánea y resultados inmediatos que no requieran esfuerzos prolongados, armar una familia es arrojarse a un terreno impredecible que probablemente no genere grandes emociones ni llegue a inspirar un deseo que mueva a la acción (después de todo, es una inversión de "alto riesgo" y sin garantías).

Y si hasta el momento quienes decidían ser padres adquirían un modesto prestigio simbólico, en algunos círculos sociales eso está empezando a cambiar. Por ejemplo en Canadá, surgió hace 20 años No Kidding!, el primer club social de parejas sin hijos. Su objetivo no son los intercambios swinger como podría suponerse, sino garantizar que sus miembros no hablarán de pañales o diplomas de sus hijos porque sencillamente, no han sido padres. La idea es garantizar que sus amigos conversarán acerca de cualquier cosa, excepto de hijos. Hoy el club tiene 93 sucursales en 6 países y en EEUU hay casi una sede por estado. En el mundo anglosajón, los que no tienen hijos ya tienen sigla propia: se llaman DINKIES (dink es la abreviatura de double income, no kids), es decir, doble ingreso sin hijos (la neolengua sigue honrando a Orwell).

En su libro La revolución sin hijos (2001) la estadounidense Madelyn Cain cuestionó públicamente la valoración social de la procreación e imaginó un paraíso sin infantes: una suerte de negativo de la República de los Niños, con restaurants sin chicos berreando y barrios sólo para adultos.

Pareciera exagerado, pero sus ideas son compartidas por varios movimientos anti procreación que sostienen que la sociedad recompensa a la maternidad y la paternidad muy por encima de otras funciones sociales y que es tiempo de que esto se revierta. Los más radicales son grupos como el australiano Child Free (libre de niños) o los estadounidenses Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria y Crecimiento Poblacional Cero, que postulan que la falta de alimentos o la contaminación del planeta son argumentos suficientes para no tener más hijos.

Mi mamá me ama
Para un niño sus padres son los interlocutores del mundo, la fuente de cariño, protección, su garantía de supervivencia, sus dioses aquí en la tierra (hasta que la adolescencia pruebe lo contrario). Es extremadamente atractivo ocupar ese lugar para alguien. Los hijos son los espectadores privilegiados del teatro cotidiano que montemos para ellos y nos llenan de aplausos no importa qué tan mala o buena haya salido la función. Por eso llama la atención que muchos sostengan que "no tener hijos es egoísta". ¿Egoísta con quién? ¿Con los hijos jamás concebidos? ¿Acaso no es egoísta querer tener descendencia en un planeta superpoblado? ¿No es egoísta desear que nos perpetúen, que nos admiren y emulen sin tener que probar virtud alguna, sólo por derecho/amor adquirido?

Hay mujeres para quienes la maternidad se vuelve una búsqueda obsesiva (parece que el reloj biológico suena como una alarma que hay que atender y de inmediato preñar). Para otras, el deseo está presente pero tarda en materializarse: una fantasía proyectada a un futuro lejano que el paso de los años intenta acercar como en una cinchada. Un tira y afloje entre el deseo que no llega y la menopausia que amenaza (las mujeres de 30 y pico ya no hablan de postergar su maternidad sino de posponer la decisión de ser madres).

Elegir no tener hijos no es necesariamente una alternativa superadora: la maternidad puede resultar una experiencia tan enriquecedora para quienes la desean, como frustrante para las no convencidas. Ambas opciones implican resignaciones (¿qué elección no las tiene?). Sin embargo, sorprende que el mandato pronatalista siga tan arraigado y vigente; como si a toda mujer le hubieran volcado una pandilla de niños que por algún lado tiene que escapar. Hay algo facilista y a la vez redentor en repetir el rito: "Serás mamá como tu madre", y listo. Seguir la tradición ahorra la angustia de asumir otra historia, otro destino.

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