16 de marzo de 2015

Nada, Margaret Atwood

Nada como el amor para devolver
la sangre al lenguaje.
La diferencia entre la playa y sus
distintas rocas y fragmentos: rígida
escritura cuneiforme y la tierna y cursiva
de las olas, el hueso y las líquidas huevas de pez, el desierto
y la ciénaga salina, como un verde empujón
que nos saca de la muerte. Las vocales, regordetas
de nuevo como labios o dedos empapados, los mismos
que se mueven por estos
blandos guijarros como por la piel. El cielo no está
ni vacío ni lejano, sino cerca
frente a tus ojos, derretido, tan cerca
que puedes degustarlo. Sabe
a sal. Lo que te acaricia
es lo mismo que acaricias.


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