Te asusta y evitás nombrar. De la boca para afuera. Escribir, liberar lo que sale de tu mente. Dejar las manos sueltas y respetar su recorrido.
Pero la realidad no se deshace, ni se desanda. Pero entonces las palabras recorren tu cuerpo, remolinean en tu pecho y se atrincheran en tu mente, donde resuenan como eco. Invaden y se apropian de tus sueños. Pero entonces día tras día callás. Y no hay mucho que decir: te miro y las leo, claramente. En silencio.
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