- He llegado, me dijo.
- Llegás tarde, respondí.
- ¿Tarde? Soy el momento, los momentos nunca llegamos tarde.
- Pues no has llegado a tiempo. Y eso para mí es llegar tarde. Tarde, tarde. Tarde de otoño cuando te conocí. Tarde de invierno cuando te dejé. Por decepción, porque esperé, porque no llegaste a tiempo, momento. Pero sí, llegaste. Y te digo adiós. Porque esperaba, porque quienes amamos esperamos, esperamos, sí. Y te digo más, esperé con ansias, con expectativas, con deseo, con entusiasmo. Esperé, di señales y nada pasó. Nada. Nada. Momento, momento ... llegás tarde, tardísimo. Porque no estabas cuando yo balbuceaba sutiles palabras que se balbucean por amor. Ni estuviste cuando fui y volví, más sola que cuando emprendí el viaje. No estabas, momento, no.
- .....
- Ante mis escasas palabras, tu silencio, ante mi espera, tu desidia. Ante mi amor, tu indiferencia. Momento, momento, llegás muy tarde. Y no, no me arrepiento de haber esperado, porque sé lo que quiero, y por eso también sé ver que llegaste tarde. Y mirá que me costó soltarte, porque te esperé a vos también: el momento, mi momento, nuestro momento (por fin). Y nunca llegaste.
Suena un teléfono. Suena, nomás.
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