Había una vez un dragón, que se lo pasaba volando, surcando
los aires. En sus vuelos no dejaba de mirar hacia la Tierra , porque es bien
sabido que gracias a ello tenía perfecta noción de su vuelo. De vez en cuando
bajaba, estaba un tiempo, reponía energías y volaba nuevamente. Desplegaba sus
alas con una energía voraz, llena de vida. Un día conoció a una boa, que lo
llenó de fascinación.
Debido a que la boa no volaba, el dragón pasaba más y más
horas en tierra, lejos de sus nubes y de las estrellas. La boa lo fue cercando,
pero el dragón muchas veces se escapaba para poder volar y así no perder su
naturaleza de dragón.
A medida que pasaba el tiempo, la boa iba aferrándose al
dragón cada vez más, de una forma nociva. La boa maltrataba al dragón cuanto podía, pero con la sutileza necesaria para que éste no huyera, sino todo lo contrario.
El dragón, de buen corazón, trataba por todos los medios de hacer feliz a la boa. Creyó que la boa se aferraba a él por amor, e intentaba darle más tiempo juntos. El dragón un día llevó a la boa a volar. Porque quería mostrarle su mundo, compartirlo con ella. La montó en su cuerpo de dragón y le mostró esos aires por los que volaba.
La boa le dijo que era feliz con él, pero una vez en tierra, cercó más al dragón y casi le exigió dejar de volar. El dragón quería volar con ella, pero la boa no quería. No quería que el dragón volara, eso era todo. El dragón se sintió cercado, dañado, lastimado, en su naturaleza de dragón. Pasó largos días solo, incluso aunque estuviera con la boa. Y se dio cuenta de que ello no era amor. La boa continuaba maltratándolo, como si ser feliz fuese un pecado. Nunca estaba conforme, porque en realidad no lo estaba consigo misma. La boa era un ser infeliz.
El dragón, de buen corazón, trataba por todos los medios de hacer feliz a la boa. Creyó que la boa se aferraba a él por amor, e intentaba darle más tiempo juntos. El dragón un día llevó a la boa a volar. Porque quería mostrarle su mundo, compartirlo con ella. La montó en su cuerpo de dragón y le mostró esos aires por los que volaba.
La boa le dijo que era feliz con él, pero una vez en tierra, cercó más al dragón y casi le exigió dejar de volar. El dragón quería volar con ella, pero la boa no quería. No quería que el dragón volara, eso era todo. El dragón se sintió cercado, dañado, lastimado, en su naturaleza de dragón. Pasó largos días solo, incluso aunque estuviera con la boa. Y se dio cuenta de que ello no era amor. La boa continuaba maltratándolo, como si ser feliz fuese un pecado. Nunca estaba conforme, porque en realidad no lo estaba consigo misma. La boa era un ser infeliz.
Un buen día de abril, el dragón fue al borde de la Tierra , miró largamente
hacia el cielo, desplegó lentamente las alas, y echó a volar. Dio grandes
rodeos por la Tierra ,
miró a todos los seres que allí quedaban y se dijo para sí que siempre regresaría,
una y otra vez para estar con ellos, incluso para llevarlos a volar con él. Pero
estaba claro que tenía que alejarse de la boa. Y se dio cuenta, que hasta los
dragones de fuego sufren por amor. Y voló lo más lejos que pudo de esa boa nociva.
Dragón de fuego |
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