30 de diciembre de 2008

Puente, Flavia Ricci

Es lindo escucharte e intercambiar ideas. De tu chica, del mío. Es lindo ir y venir con palabras, aunque sepas que el teléfono no es lo mío. Es lindo recordar Buenos Aires y recordarte. Aquella noche en que yo, media hora con la heladera abierta y vos, entre la cocina y el lavadero de casa, hablábamos de sexo. Y con una sonrisa te comentaba mis cualidades y defectos en la cama. Es lindo tu cara pensativa y hasta casi enojada por un intercambio de puntos de vista sobre lo que es compartir. Es lindo escucharte, siempre escucharte. Es lindo verte proyectar donde sea que estés. Fue lindo compartir una casa con vos y aprender a ser una mujer buzo para poner distancia quisiéramos o no. Es lindo escuchar tus consejos, tus confidencias, tu sonrisa. Me ha encantado conocerte, chico porteño. Sospecho que seguiré viéndote y hablando contigo, relacionándote con esa parte de Buenos Aires que me gusta. Es lindo. Gracias. Con muchas S.

23 de diciembre de 2008

Agricultura de precisión, Flavia Ricci

Ropa, muebles, una cama para dos que sobraba, un lavarropas: varios objetos que llegaron a Tres Arroyos por si acaso terminaron quién sabe dónde, pero no en mi nuevo hogar, donde entorpecían la nueva vida que decidí comenzar. No, no sé nada de tu agricultura de precisión, no sé nada de ingeniería industrial y suena hasta raro que haciendo lo que hago esté viviendo en Tres Arroyos.

Mientras observo los nuevos códigos de gente con la cual no interactúo como habitante desde 1994, me sorprendo: aquí la palabra vale, los tiempos son de 10' para ir de un sitio a otro, hay fiado y no hay tantas rejas ni alarmas. Pero lo que más me conmueve es la bondad: entrar en un quiosco de un barrio y ver que las cosas se agrupan intentando llenar la estantería, un poco como cuando yo era pequeña y sacaba una silla a la vereda y les colocaba a mis juguetes un pequeño cartelito con el precio de cada uno y la ilusión de que alguien me lo comprara. El "buenos días" distendido, la siesta después de almorzar, las tiendas que cierran al mediodía y el saludo a los vecinos.

Tengo un par de gallos como vecinos, que me saludan cantando todo el día, una palmera en el fondo de mi jardín, gatos que se entretienen lamiéndose las patas y mirando hacia mi casa, gente que tiene habilidades que desconozco.

No, no sé nada del sorgo, del trigo ni de la soja. Mucho menos de manejar una cosechadora, ni de arar, ni de las tolvas y los silos. Soy una analfabeta que proviene de las grandes ciudades y a la cual el campo le es desconocido y a la vez fascinante.

Pero enseñame, enseñame con esa firmeza que tiene la gente que sabe que con la naturaleza no se pacta, con esa paz de saber que no hay prisas, con esa magia cada vez que te brillan los ojos mirando el horizonte y tomando tus mates amargos. Algo sé de montar a caballo, claro que mucho, muchísimo menos que vos. Yo vengo de un mundo de profesionales y allá donde he ido jamás he estado en la naturaleza porque no la había. Tres Arroyos partido en dos: los de mi bando y los del tuyo. Los que ignoramos que hay mucho, mucho que aprender allá de tu lado.

Después te ponés un traje, salís en coche y sos uno más en Buenos Aires. A mi lado, que te miro fascinada. Y ahí yo soy local: conozco los vericuetos. Los dos con las notebooks y wi-fi, los dos en Puerto Madero, los dos en discotecas. Ojos azules, desde ahora y en adelante.

20 de diciembre de 2008

Recuerdos de una mudanza, Flavia Ricci

Todas las mudanzas tienen cuestiones comunes, por ejemplo su dinámica: comenzar a meter todo en cajas y canastos de a poco, luego dejarse estar unos días porque todo parece marchar fácil y de repente no alcanzarle a uno el tiempo para terminar de cerrar cajas. Y éstas últimas suelen quedar con los elementos que hemos dejado para los últimos días de supervivencia en el sitio donde estamos: un par de cubiertos, unos platos, vasos, un juego de sábanas, la cama desarmada con el colchón sobre el suelo ... así que las últimas cajas tienen una mezcla de objetos diversos: control remoto, un collar, anillos, DNI, cucharas, papeles, biromes, un vaso y así.

Durante los últimos días he mirado todo con ojos de turista, tratando de ponerme el el lugar de que la próxima vez que regresara a Buenos Aires ya no tendría mi propio hogar. Es complicado ponerse en ese sitio cuando una aun está allí, pero fui descubriendo lugares por donde hacía tiempo no pasaba o incluso no conocía en la inabarcable capital argentina. Revisé algunas de mis mudanzas interurbanas o internacionales: de Tres Arroyos a La Plata, de La Plata a Barcelona, de Barcelona a Buenos Aires ... en todas fue llegar al sitio, acomodar las cosas de a poco y comenzar a vivir. Esta vez, se trata de una casa -que no piso- de estreno, con todo lo que ello supone: dar de alta servicios, probar ese lugar por primera vez, porque nadie vivió allí y armarse de paciencia con los tiempos de instalación de cada cosa, con la recompensa a cambio de que todo está nuevo y sin usar. Revisé mis mudanzas y las comparé. Hablo de las mudanzas que implican trasladarse con muebles, computadoras, libros, cuadros, lámparas, bicicletas, cocina, heladera, TV, entre otras cosas. Esas cosas que dan cuenta que uno se fue haciendo de los elementos necesarios y que si bien no atan, implican una logística diferente al que va por la vida con una maleta, CD, ropa y un par de libros y de piso compartido en piso compartido.

Hace muchos años decidí que la vida que yo quiero es la vida que incluye una identidad propia dada porque cada persona que entre a mi hogar vea mi estilo, vea mis huellas. Lo prefiero a ser volátil y no dejar huella donde he vivido. Porque hay huellas que una deja no sólo por lo que ha hecho, sino por los objetos que va eligiendo tener, mostrar, compartir. Estas son las mudanzas verdaderas, las otras son traslados sin importancia. Desde los 20 años decidí dejar de ser volátil y hacerme de mi identidad. Y elegí también tener que elegir antes de mudarme qué me ata y que no, de qué deshacerme y de qué no y a qué costo. Eso también me dio una mejor y mayor idea de la vida y del valor que tiene cada cosa que logramos, el cual muchas veces no se condice con el precio que pagamos por ello.

Heme aquí, habiéndome mudado a Tres Arroyos ayer, con mis cajas y canastos y muebles y todo ya aquí. Sin darme cuenta de que Buenos Aires quedó atrás, porque aun lo veo como un hecho reciente y éste como un viaje (a algún lugar, una especie de túnel por el que me meto en tránsito a otro sitio). Pero conforme voy con la perforadora metiendo clavos y cuadros y objetos, y colocando lámparas con el electricista y muebles y veo los lomos de mis libros y mis computadoras. Conforme salgo con mi bici por estas calles y me acuesto y levanto escuchando pájaros y gallos y grillos, entonces, entonces sí echo amarras y me siento más de aquí. Lo demás ... lo demás me parece algo que viví, cada vez más lejano, como alguien que una vez conocí pero nunca más volví a ver. Más cercano al sueño que a la realidad.

15 de diciembre de 2008

Mamushka, Flavia Ricci

Mi casa se ha transformado en una mamushka enorme desde donde salen objetos desconocidos. Miré dentro de un mueble lleno de bolsos y pensé que durante 2008 había usado las mismas 6-8 carteras cuando ese sitio estaba lleno de alternativas. Y que habían quedado allí desde mi mudanza en enero 2008. Esperando. Abrí mi armario de pared a pared y vi que había ropa ajena y mía sin uso, tampoco, que ni recordaba que existía. Quité una lámpara roja de la pared de mi habitación y me quedé pensando en cómo había hecho él la instalación. No podía entenderlo y pensé en él explicándome (una vez más) de qué se trataba y yo poniendo cara de que no entendía nada: soy nula con lo que a él le resulta cosa de todos los días. Así que pensé: enchufe, interruptor, foco. Pero esa lámpara no tenía a la vista esa lógica, y yo que soy mujer muchas veces estructurada, me quedé pensando mientras miraba la pared vacía. Quité cada uno de los cuadros y vi la prolijidad suya en colocar tornillitos y otras cosas cuyo nombre desconozco que dejaron la pared igual que antes, sin una marca. Y mi ansiedad e ignorancia clavando clavos que la mayoría de las veces quedaban torcidos. Ahora que preparé Poxi-Mix fui rellenando cada agujerito en la pared para dejar todo en orden y me quedé pensando un rato. Debo haber pensado más de 15 minutos porque cuando agarré nuevamente el Poxi-Mix estaba más duro que una roca y tuve que tirarlo. Entendí entonces por qué se llama Poxi-Mix 15. Antes del acto de fin de curso de Zoe me empeñé en quitar de la pared una estantería. No hubo problemas con los primeros tornillos, pero cuando quité el último se me vino encima, justo sobre el pecho, y me dejó sin aire y con la piel ardiendo. Recordé que hace unos meses, cuando él la hizo de la nada, la habíamos subido juntos. Deseé haberlo recordado antes, porque ahora lucía una hermosa raya roja a flor de piel de hombro a hombro.
Miré la cuna de Zoe, el cochecito, tantas cosas que como las había dejado habían quedado. Y ahora volvían a estar allí. Al igual que mis libros y papeles que estaban al alcance de la mano, cosa tras cosa, objeto tras objeto iba apareciendo, emergiendo.
De muchos me había olvidado: ropa, bolsos, objetos, apuntes, música, fotos. Pero todo vuelve como un boomerang. Con la paz y alegría necesarias. De todas formas, iba desmontando la casa una vez más, y van ...
En síntesis: una estantería que se me vino encima, la cuna de Zoe que me cayó de lleno en el pie derecho, un brazo dolorido por levantar mal algo, sonrisas muchas, insultos por los golpes algunos, alegría toda.

Fin de una etapa, Flavia Ricci

Llegó el día: Zoe con birrete y diplomas en mano ...




12 de diciembre de 2008

Egresos, Flavia Ricci


Querida Zoe:

Mientras se me mezclan los últimos días en Buenos Aires con tus últimos días de Jardín de Infantes te veo a mi lado crecer, y yo creciendo a tu lado. Mañana es tu acto de egresados: ¡el primero! Y aun no me lo creo. Todos estos años asistiendo al acto de fin de año de cada Jardín donde fuiste y mañana me toca a mí ser la mamá de una de las egresadas. Terminás una etapa y sé que no podremos ir en bici hasta Cuba y Manzanares como cada día íbamos, a menos que sea de visita.

En este mundo lleno de prejuicios espero que crezcas con los menos posibles. Espero que veas más allá de las sexualidades, religiones, ideologías políticas. Espero que vueles, que seas un poco Al-Taïr, “la que vuela alto”. Espero que vueles, espero que te enamores de hombres o mujeres, espero que siempre tengas ese brillo que tenés en los ojos y del que me ufano de ser parcialmente responsable. Espero que siempre tu mano busque a la mía por la calle. Espero que cada día pueda girarme y encontrarte con una sonrisa y también estar cuando necesites que te seque las lágrimas o te dé un “abrazo-mono sí señor: te sentirás mucho mejor”. Espero ser tu protectora siempre. Espero despedirte de todos los aeropuertos que vos elijas con la ilusión de que encuentres lo que yo encontré cada vez que me fui o regresé desde y hasta donde quise. Espero contarte mis historias en La Plata y Buenos Aires y Tres Arroyos y Claromecó y Necochea. Espero ver juntas el Mediterráneo barcelonés y enseñarte esos recovecos donde me metía sola o acompañada. Espero que puedas hablar un poco de catalán y estés siempre orgullosa de tus dos raíces: argentinas y catalanas. Espero que te gusten las Voll-Damm y el pà amb tomàquet tanto como a mí. Espero poder recorrer en un Citroen 3CV la Patagonia argentina con vos. Espero acampar en el jardín de casa y tener nuestra primera tortuga para cuidar. Espero seguir diciendo “¿por qué no?” aun cuando a mi alrededor me miren raro. Espero seguir riendo contigo y gracias a vos.

Cómo has crecido mi Zoe, cuando llegamos a Buenos Aires sólo tenías 6 meses y ahora ... Volá Zoe, volá siempre alto y hacia donde quieras. Yo siempre voy a estar con vos, aun cuando estemos separadas. En todo voy a apoyarte. Este mundo es hermoso Zoe, no veo la hora de viajar lejos y juntas y solas. Y mostrarte la belleza de todo este planeta, que desde que naciste es más bello aun, mi reina. La llena de vida.

9 de diciembre de 2008

La Singular, Flavia Ricci

Aquel fue un año intenso. Aficionada como era a jugar al límite creía tocarlo, pero siempre estabas tú. No me perdono haberme pasado año y medio jugando al gato/ratón, creyendo que siempre estarías por allí, como mi red de contención. Llevándome a casa cada vez que me daba por regresar de día, cuidándome cada vez que me daba por descuidarme, acompañándome cada vez que me daba por estar sola. Aquella noche podría haber cambiado el rumbo de mi vida, posiblemente de la tuya. No me perdono haber ido a cenar contigo creyendo –o queriendo creer- que era una noche más por Gràcia, de copas y comidas exóticas con el frío de la puerta para afuera. Siempre me costó distinguir cuando se trataba de dejarlo para siempre y cuando simplemente era una tregua. Tal vez por ello vivía rodeada de hombres, para no ver con mis propios ojos que unos eran treguas, y otros me dejaban o los dejaba yo para siempre. Así pasaban aquellos años, tú siempre a mi lado y yo siempre sonriendo dondequiera que mirara, daba igual. No me perdono que tú fuiste la que se atrevió a dar el primer paso, yo siempre fui cobarde y me desquité con los hombres descartables. No me perdono, guapa, que hayas aparecido de una forma imprevista y repentina en mi vida y que te hayas quedado pegada a mis años y mis amores a lo largo de todo este tiempo, islas y mares de por medio. No me perdono que de creer que me habían presentado a una persona más soberbia que yo, poco a poco te fui escuchando y de pronto quedé sorprendida de tu mundo: esas músicas que ahora suenan en mi casa y que bailo con mi hija, esas historias de África y España y tu isla y tus misterios, esas noches desde Madrid esquina Brasil y un quinto piso muy amplio desde donde podíamos bailar, correr, gritar y reír a diario. No me perdono, cada puta noche que pasa que hayas sido tan sensible y que lo haya estropeado todo yo por mi dificultad para el contacto físico. No me perdono Ramblas arriba y abajo haberme creído que te daba igual lo que hacía y con quién, porque no era así. No me perdono haberte mentido con mis sentimientos y quedarme con una media sonrisa cínica cuando te marchaste de casa y giraste la esquina sin mirarme ni saludarme, nunca más. No me perdono haberte echado el rollo de 20’ a medio decir, entre lo que sentía y lo que quería, pero manteniendo el tipo porque yo, la ganadora, no podía perder. Me llevó años darme cuenta, cuando ya no estabas ni en Barcelona ni en mi vida, que realmente llegaste a odiarme por ser tan cobarde. Y yo, que supe mentir, hice de esa mentira mi estandarte y lo hice de forma tan creíble que tú misma lo creíste. Mi media sonrisa cínica me acompañó varias veces cuando me dijeron cosas que no quise escuchar ni estaba preparada o predispuesta para hacerlo. No creas que ahora lo he superado, no creas que voy por la vida segura de nada. Me quedó claro aquel día en que la vida me dio otra oportunidad, cuándo no, y te ví por Passeig de Gràcia andando rápido como siempre ibas. Podía llamarte, invitarte a un café y explicarte todo con la verdad. Pero en vez de ello me quedé mirándote hasta que llegaste a Plaça Catalunya y bajaste por allí. No me lo perdono. Es mi culpa una vez más. ¿Y ahora qué?, he pasado este año por Gràcia y por La Singular, pero como tú: ya no está en Barcelona ni ha dejado señales. Mi Singular. Voy a encontrarte. Claro que sí.

1 de diciembre de 2008

Facebook, Flavia Ricci

Me llegó esto por mail ... y en cierta forma a veces me he sentido identificada. No siempre el que busca encuentra. Y no siempre el encontrado lo ha buscado.

------------------





La pesadilla del Facebook ¡ Auxilio! ¡No aguanto más! Por culpa del Facebook sufro de paranoia persecutoria y de múltiples personalidades. Me he vuelto esquizofrénico, hipocondríaco y celópata, he comenzando a odiar a mis amigos de siempre ya que han llenado mi correo electrónico con mensajitos de Facebook donde piden que los acepte como amigos, a pesar de que ellos y yo sabemos que somos amigos. Además, aceptarlos ¿para qué? Es como si alguien le dijera a su esposo o esposa, después de años de casados, '¿me aceptas?'. Bueno, allí se justificaría porque son raros los esposos que se aceptan, pero ¿un amigo? Un amigo aceptado es algo horrible. Pierde la gracia.

Odio también a los amigos desconocidos que hacen lo mismo que los conocidos y a los amigos de mis amigos, conocidos y desconocidos, a quienes tampoco conozco y que no me interesa conocer, pero que no sé por qué extraña razón quieren ser mis amigos.

Qué cosa tan espantosa está pasando con el bendito Facebook. ¡Qué angustia! Antiguas mujeres que alguna vez amé y luego me hicieron la vida imposible ¡aparecieron de nuevo! Su sitio de reunión es mi cuenta de Facebook, y lo peor es que, a pesar de que tuve el cuidado de que no se conocieran, ahora son compinches y comentan nuestras intimidades. Por ejemplo, ya todo el mundo sabe que lo que debería tener chiquito lo tengo grande y lo que debería tener grande lo tengo chiquito. A todas estas, los antiguos amigos y los amigos de mis amigos que por obligación ahora he tenido que aceptar pueden leer a diario esos comentarios.

¿Quién sería el demente que inventó esta locura que lo persigue a uno sin piedad? Esto del Facebook se me parece al aburrido juego de 'el trencito' que hacen en las fiestas, cuando, al ritmo de una canción, algún feo o fea con el que nadie quiere bailar, agarra obligado y por la cintura al que tiene al frente y éste, a su vez, agarra a otro, y le echan a perder el baile a todo el mundo que esté cerca.

Ayer recibí un nuevo mensaje de Facebook. Era una ex novia a la que, como pasa en las películas, un día encontré en mi cama con mi mejor amigo.

Jamás olvidaré aquel: -No es lo que parece, cariño.

Después te explico...

Gracias al Facebook, mi ex mujer y mi ex mejor amigo se reencontraron, se mandaron fotos actualizadas y ahora me piden que los acepte. Me puse entre triste y bravo, no por su reencuentro sino porque me enteré de que ninguno de los dos había muerto.

Estoy traumatizado. Esto es peor que una canción de Ricardo Arjona. Le tengo miedo a la computadora aunque esté apagada. En su pantalla, veo miles de amigos asomando sus cabecitas y sus manos, tratando de tocarme, rogándome que los acepte.

Lo bueno de los amigos de verdad es que molesten lo menos posible, que casi nunca aparezcan y si aparecen que sea sólo para tomar whisky.

Qué sabroso es encontrarnos por casualidad con un amigo al que no veíamos hace tiempo y del que ni siquiera recordábamos su nombre. A raíz del Facebook, esa sensación se acaba, porque segurito va a salir un amigo del amigo perdido que, por ser amigo de éste, tiene mi dirección y ¡cataplum! aparece en la computadora con fotos recientes y de cuando estaba chiquito. ¿Por qué carrizo tengo que ver chiquito a ese señor? Si alguien adora a sus amigos soy yo y ellos lo saben. Sólo la muerte logrará separarnos, por supuesto... la de ellos.

No hay otro remedio, la pronta muerte de todos mis amigos y la de los amigos de mis amigos es la única manera lógica que veo para salirme de la pesadilla que significa en la actualidad el Facebook