9 de diciembre de 2008
La Singular, Flavia Ricci
Aquel fue un año intenso. Aficionada como era a jugar al límite creía tocarlo, pero siempre estabas tú. No me perdono haberme pasado año y medio jugando al gato/ratón, creyendo que siempre estarías por allí, como mi red de contención. Llevándome a casa cada vez que me daba por regresar de día, cuidándome cada vez que me daba por descuidarme, acompañándome cada vez que me daba por estar sola. Aquella noche podría haber cambiado el rumbo de mi vida, posiblemente de la tuya. No me perdono haber ido a cenar contigo creyendo –o queriendo creer- que era una noche más por Gràcia, de copas y comidas exóticas con el frío de la puerta para afuera. Siempre me costó distinguir cuando se trataba de dejarlo para siempre y cuando simplemente era una tregua. Tal vez por ello vivía rodeada de hombres, para no ver con mis propios ojos que unos eran treguas, y otros me dejaban o los dejaba yo para siempre. Así pasaban aquellos años, tú siempre a mi lado y yo siempre sonriendo dondequiera que mirara, daba igual. No me perdono que tú fuiste la que se atrevió a dar el primer paso, yo siempre fui cobarde y me desquité con los hombres descartables. No me perdono, guapa, que hayas aparecido de una forma imprevista y repentina en mi vida y que te hayas quedado pegada a mis años y mis amores a lo largo de todo este tiempo, islas y mares de por medio. No me perdono que de creer que me habían presentado a una persona más soberbia que yo, poco a poco te fui escuchando y de pronto quedé sorprendida de tu mundo: esas músicas que ahora suenan en mi casa y que bailo con mi hija, esas historias de África y España y tu isla y tus misterios, esas noches desde Madrid esquina Brasil y un quinto piso muy amplio desde donde podíamos bailar, correr, gritar y reír a diario. No me perdono, cada puta noche que pasa que hayas sido tan sensible y que lo haya estropeado todo yo por mi dificultad para el contacto físico. No me perdono Ramblas arriba y abajo haberme creído que te daba igual lo que hacía y con quién, porque no era así. No me perdono haberte mentido con mis sentimientos y quedarme con una media sonrisa cínica cuando te marchaste de casa y giraste la esquina sin mirarme ni saludarme, nunca más. No me perdono haberte echado el rollo de 20’ a medio decir, entre lo que sentía y lo que quería, pero manteniendo el tipo porque yo, la ganadora, no podía perder. Me llevó años darme cuenta, cuando ya no estabas ni en Barcelona ni en mi vida, que realmente llegaste a odiarme por ser tan cobarde. Y yo, que supe mentir, hice de esa mentira mi estandarte y lo hice de forma tan creíble que tú misma lo creíste. Mi media sonrisa cínica me acompañó varias veces cuando me dijeron cosas que no quise escuchar ni estaba preparada o predispuesta para hacerlo. No creas que ahora lo he superado, no creas que voy por la vida segura de nada. Me quedó claro aquel día en que la vida me dio otra oportunidad, cuándo no, y te ví por Passeig de Gràcia andando rápido como siempre ibas. Podía llamarte, invitarte a un café y explicarte todo con la verdad. Pero en vez de ello me quedé mirándote hasta que llegaste a Plaça Catalunya y bajaste por allí. No me lo perdono. Es mi culpa una vez más. ¿Y ahora qué?, he pasado este año por Gràcia y por La Singular, pero como tú: ya no está en Barcelona ni ha dejado señales. Mi Singular. Voy a encontrarte. Claro que sí.
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