Todas las mudanzas tienen cuestiones comunes, por ejemplo su dinámica: comenzar a meter todo en cajas y canastos de a poco, luego dejarse estar unos días porque todo parece marchar fácil y de repente no alcanzarle a uno el tiempo para terminar de cerrar cajas. Y éstas últimas suelen quedar con los elementos que hemos dejado para los últimos días de supervivencia en el sitio donde estamos: un par de cubiertos, unos platos, vasos, un juego de sábanas, la cama desarmada con el colchón sobre el suelo ... así que las últimas cajas tienen una mezcla de objetos diversos: control remoto, un collar, anillos, DNI, cucharas, papeles, biromes, un vaso y así.
Durante los últimos días he mirado todo con ojos de turista, tratando de ponerme el el lugar de que la próxima vez que regresara a Buenos Aires ya no tendría mi propio hogar. Es complicado ponerse en ese sitio cuando una aun está allí, pero fui descubriendo lugares por donde hacía tiempo no pasaba o incluso no conocía en la inabarcable capital argentina. Revisé algunas de mis mudanzas interurbanas o internacionales: de Tres Arroyos a La Plata, de La Plata a Barcelona, de Barcelona a Buenos Aires ... en todas fue llegar al sitio, acomodar las cosas de a poco y comenzar a vivir. Esta vez, se trata de una casa -que no piso- de estreno, con todo lo que ello supone: dar de alta servicios, probar ese lugar por primera vez, porque nadie vivió allí y armarse de paciencia con los tiempos de instalación de cada cosa, con la recompensa a cambio de que todo está nuevo y sin usar. Revisé mis mudanzas y las comparé. Hablo de las mudanzas que implican trasladarse con muebles, computadoras, libros, cuadros, lámparas, bicicletas, cocina, heladera, TV, entre otras cosas. Esas cosas que dan cuenta que uno se fue haciendo de los elementos necesarios y que si bien no atan, implican una logística diferente al que va por la vida con una maleta, CD, ropa y un par de libros y de piso compartido en piso compartido.
Hace muchos años decidí que la vida que yo quiero es la vida que incluye una identidad propia dada porque cada persona que entre a mi hogar vea mi estilo, vea mis huellas. Lo prefiero a ser volátil y no dejar huella donde he vivido. Porque hay huellas que una deja no sólo por lo que ha hecho, sino por los objetos que va eligiendo tener, mostrar, compartir. Estas son las mudanzas verdaderas, las otras son traslados sin importancia. Desde los 20 años decidí dejar de ser volátil y hacerme de mi identidad. Y elegí también tener que elegir antes de mudarme qué me ata y que no, de qué deshacerme y de qué no y a qué costo. Eso también me dio una mejor y mayor idea de la vida y del valor que tiene cada cosa que logramos, el cual muchas veces no se condice con el precio que pagamos por ello.
Heme aquí, habiéndome mudado a Tres Arroyos ayer, con mis cajas y canastos y muebles y todo ya aquí. Sin darme cuenta de que Buenos Aires quedó atrás, porque aun lo veo como un hecho reciente y éste como un viaje (a algún lugar, una especie de túnel por el que me meto en tránsito a otro sitio). Pero conforme voy con la perforadora metiendo clavos y cuadros y objetos, y colocando lámparas con el electricista y muebles y veo los lomos de mis libros y mis computadoras. Conforme salgo con mi bici por estas calles y me acuesto y levanto escuchando pájaros y gallos y grillos, entonces, entonces sí echo amarras y me siento más de aquí. Lo demás ... lo demás me parece algo que viví, cada vez más lejano, como alguien que una vez conocí pero nunca más volví a ver. Más cercano al sueño que a la realidad.
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