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24 de agosto de 2012

La venganza femenina, Flavia Ricci

Se vengó de mí de la peor manera: olvidándome. Y entre medio de estos años yo vagué por el mundo, cambiando de lugares y personas cuando el hastío llegaba a mi puerta. Al vacío lo llenaba con novedades. Sin darme cuenta por qué nunca encontraba nada.

Busqué entonces hablarle, hacerme perdonar, pero ella parecía no reconocerme. Agoté las posibilidades: allí estaba la clave. Y decidí pasar página y quedarme con su mejor recuerdo. Olvidarla no, jamás: yo no necesito vengarme.





13 de agosto de 2012

Manos y palabras, Flavia Ricci

La mano, mi mano, que te descubre, que te roza, que te toca, que te abraza. 

Los brazos, que se enganchan, 

los ojos, mis ojos, tus ojos, que se encuentran 

y las palabras, mis palabras, tus palabras, que se comparten. 


Y es eso, justo eso, lo que ha hecho que seas vos y no otra persona la que esté en mi universo y se haya metido tan profundamente en mi vida.


La mano, mi mano, que no sabe, que no puede y se aleja. 

Mis ojos, que miran para otro lado, incapaces y cobardes. 

Mis brazos, que abrazan otros cuerpos infelices, supérfluos. 

Mis palabras, mis pobres y únicas palabras que intentan estar allí, donde las tuyas, donde estás vos. 

Y el silencio, incompatible en mi universo, en donde tenés que estar vos.


27 de septiembre de 2011

Café, Flavia Ricci

Después de tantos años disfrutando meterme en diversos bares a pasar el tiempo, una va haciendo ciertos arquetipos de acuerdo a las ciudades. Llego a un bar que promete wi-fi, desenfundo netbook y me conecto hasta que llegue la hora de la reunión que me ha llevado desde La Plata a Buenos Aires. Pido un desayuno porteño, de esos con un gran café con leche, zumo de naranja exprimido y con un hielo en vasito pequeño, tres medialunas y un servilletero que llega a último momento, cuando me traen el pedido.

Miro por Diagonal en sentido Plaza de Mayo, aunque estoy en un bar a 50 metros del Obelisco y tal vez hubiese sido más grato haberme sentado en sentido contrario. Pero yo quería conectarme al wi-fi y quedarme en mi burbuja cibernética unos minutos al menos. A mi lado hay una mesa con dos hombres con pinta de ejecutivos, de unos 45 años. Uno de ellos habla a los gritos y el otro en cambio casi no se escucha. Tal vez porque no habla nunca. El gritón habla de "grandes" proyectos, de invertir, poner dinero allá y sacarlo de acá, de que la tasa de interés y la Bolsa, de que su casa y la ampliación de su casa. Miro varias veces hacia su mesa pero él no me devuelve la mirada, sumido como está en sus grandes inversiones.

 Y pienso en los cafés de Tres Arroyos: la gente hablando de la comida, Claromecó, los viajes, los chicos y el colegio. Pienso en que me gustan esas conversaciones, de esos cafés. Con gente distendida que se afloja la corbata. O quizás no usa, muy probablemente. Podría decir, claro, que se trata de un mal de las grandes ciudades: la gente que no se relaja ni se despega de las grandes inversiones que pretende hacer. Pero no.

Yo he estado en los cafés de Barcelona o de La Plata. Y la gente no es así. Vamos, no diría que no es así, pero al menos las conversaciones no son tan monotemáticas. Hay padres, madres, niños, abuelos, abuelas, tíos, familias, amigos. Pero los cafés de Buenos Aires los mediodías traen consigo oficinistas tristones, grises, solitarios y con "grandes" inversiones.

 Al final me he quedado pensando en esto, así que no me conecté al wi-fi del bar. En cambio disfruté de un desayuno porteño mientras me imaginaba que estaba en un café del Borne, en ojotas. Que pedía croissants, un café con leche y un zumo de naranjas.

Disfruto enormemente del anonimato porteño, de los paseos, de sus lugares infinitos. Pero las conversaciones en los bares son extremadamente monotemáticas y parecidas.

 Ya lo decía Benjamin Franklin: "No cambies la salud por la riqueza, ni la libertad por el poder".


 

30 de marzo de 2009

Mi playa, Ely Guerra

Te regalo mi sol, mi luz, mi playa
te comparto mi dicha y mi pesar
te doy las llaves de mi casa y mi confianza
te cocino y te llevo a pasear

Te regalo la sal de mis historias
te comparto mi fuerza y mi debilidad
te muestro el cielo al que también
llamamos gloria
te regalo mi voz, mi libertad (...)

9 de diciembre de 2008

La Singular, Flavia Ricci

Aquel fue un año intenso. Aficionada como era a jugar al límite creía tocarlo, pero siempre estabas tú. No me perdono haberme pasado año y medio jugando al gato/ratón, creyendo que siempre estarías por allí, como mi red de contención. Llevándome a casa cada vez que me daba por regresar de día, cuidándome cada vez que me daba por descuidarme, acompañándome cada vez que me daba por estar sola. Aquella noche podría haber cambiado el rumbo de mi vida, posiblemente de la tuya. No me perdono haber ido a cenar contigo creyendo –o queriendo creer- que era una noche más por Gràcia, de copas y comidas exóticas con el frío de la puerta para afuera. Siempre me costó distinguir cuando se trataba de dejarlo para siempre y cuando simplemente era una tregua. Tal vez por ello vivía rodeada de hombres, para no ver con mis propios ojos que unos eran treguas, y otros me dejaban o los dejaba yo para siempre. Así pasaban aquellos años, tú siempre a mi lado y yo siempre sonriendo dondequiera que mirara, daba igual. No me perdono que tú fuiste la que se atrevió a dar el primer paso, yo siempre fui cobarde y me desquité con los hombres descartables. No me perdono, guapa, que hayas aparecido de una forma imprevista y repentina en mi vida y que te hayas quedado pegada a mis años y mis amores a lo largo de todo este tiempo, islas y mares de por medio. No me perdono que de creer que me habían presentado a una persona más soberbia que yo, poco a poco te fui escuchando y de pronto quedé sorprendida de tu mundo: esas músicas que ahora suenan en mi casa y que bailo con mi hija, esas historias de África y España y tu isla y tus misterios, esas noches desde Madrid esquina Brasil y un quinto piso muy amplio desde donde podíamos bailar, correr, gritar y reír a diario. No me perdono, cada puta noche que pasa que hayas sido tan sensible y que lo haya estropeado todo yo por mi dificultad para el contacto físico. No me perdono Ramblas arriba y abajo haberme creído que te daba igual lo que hacía y con quién, porque no era así. No me perdono haberte mentido con mis sentimientos y quedarme con una media sonrisa cínica cuando te marchaste de casa y giraste la esquina sin mirarme ni saludarme, nunca más. No me perdono haberte echado el rollo de 20’ a medio decir, entre lo que sentía y lo que quería, pero manteniendo el tipo porque yo, la ganadora, no podía perder. Me llevó años darme cuenta, cuando ya no estabas ni en Barcelona ni en mi vida, que realmente llegaste a odiarme por ser tan cobarde. Y yo, que supe mentir, hice de esa mentira mi estandarte y lo hice de forma tan creíble que tú misma lo creíste. Mi media sonrisa cínica me acompañó varias veces cuando me dijeron cosas que no quise escuchar ni estaba preparada o predispuesta para hacerlo. No creas que ahora lo he superado, no creas que voy por la vida segura de nada. Me quedó claro aquel día en que la vida me dio otra oportunidad, cuándo no, y te ví por Passeig de Gràcia andando rápido como siempre ibas. Podía llamarte, invitarte a un café y explicarte todo con la verdad. Pero en vez de ello me quedé mirándote hasta que llegaste a Plaça Catalunya y bajaste por allí. No me lo perdono. Es mi culpa una vez más. ¿Y ahora qué?, he pasado este año por Gràcia y por La Singular, pero como tú: ya no está en Barcelona ni ha dejado señales. Mi Singular. Voy a encontrarte. Claro que sí.

4 de noviembre de 2008

Los portadores de sueños, Gioconda Belli

Hace muchos años en Barcelona, una de las mujeres que dejaron huella en mi vida me obsequió este poema antes de marchar yo a Brasil con más preguntas que respuestas. Me dijo que yo era una portadora de sueños, vaya, aunque creo que meses después le rompí el corazón. Es un karma que llevo siempre, cuando me parece ver sus risos por Las Ramblas y escuchar nuestras risas por el Raval. Desde la Ciudad de la Furia hasta tu isla ...


Los portadores de sueños

En todas las profecías
está escrita la destrucción del mundo.

Todas las profecías cuentan
que el hombre creará su propia destrucción.

Pero los siglos y la vida
que siempre se renueva
engendraron también una generación
de amadores y soñadores,
hombres y mujeres que no soñaron
con la destrucción del mundo,
sino con la construcción del mundo
de las mariposas y los ruiseñores.


Desde pequeños venían marcados por el amor.
Detrás de su apariencia cotidiana
Guardaban la ternura y el sol de medianoche.
Las madres los encontraban llorando
por un pájaro muerto
y más tarde también los encontraron a muchos
muertos como pájaros.
Estos seres cohabitaron con mujeres traslúcidas
y las dejaron preñadas de miel y de hijos verdecidos
por un invierno de caricias.
Así fue como proliferaron en el mundo los portadores sueños,
atacados ferozmente por los portadores de profecías
habladoras
de catástrofes.
los llamaron ilusos, románticos, pensadores de
utopías
dijeron que sus palabras eran viejas
y, en efecto, lo eran porque la memoria del paraíso
es antigua
el corazón del hombre.
Los acumuladores de riquezas les temían
lanzaban sus ejércitos contra ellos,
pero los portadores de sueños todas las noches
hacían el amor
y seguía brotando su semilla del vientre de ellas
que no sólo portaban sueños sino que los
multiplicaban
y los hacían correr y hablar.
De esta forma el mundo engendró de nuevo su vida
como también habia engendrado
a los que inventaron la manera
de apagar el sol.

Los portadores de sueños sobrevivieron a los
climas gélidos
pero en los climas cálidos casi parecían brotar por
generación espontánea.
Quizá las palmeras, los cielos azules, las lluvias
torrenciales
Tuvieron algo que ver con esto,
La verdad es que como laboriosas hormiguitas
estos especímenes no dejaban de soñar y de construir
hermosos mundos,
mundos de hermanos, de hombres y mujeres que se
llamaban compañeros,
que se enseñaban unos a otros a leer, se consolaban
en las muertes,
se curaban y cuidaban entre ellos, se querían, se
ayudaban en el
arte de querer y en la defensa de la felicidad.

Eran felices en su mundo de azúcar y de viento
de todas partes venían a impregnarse de su aliento
de sus claras miradas
hacia todas partes salían los que habían conocido
portando sueños
soñando con profecías nuevas
que hablaban de tiempos de mariposas y ruiseñores
y de que el mundo no tendría que terminar en la
hecatombe.
Por el contrario, los científicos diseñarían
puentes, jardines, juguetes sorprendentes
para hacer más gozosa la felicidad del hombre.


Son peligrosos - imprimían las grandes
rotativas
Son peligrosos - decían los presidentes
en sus discursos
Son peligrosos - murmuraban los artífices de la guerra.


Hay que destruirlos - imprimían las grandes
rotativas
Hay que destruirlos - decían los presidentes en sus
discursos
Hay que destruirlos - murmuraban los artífices de la guerra.


Los portadores de sueños conocían su poder
por eso no se extrañaban
también sabían que la vida los había engendrado
para protegerse de la muerte que anuncian las
profecías
y por eso defendían su vida aun con la muerte.
Por eso cultivaban jardines de sueños
y los exportaban con grandes lazos de colores.
Los profetas de la oscuridad se pasaban noches
y días enteros
vigilando los pasajes y los caminos
buscando estos peligrosos cargamentos
que nunca lograban atrapar
porque el que no tiene ojos para soñar
no ve los sueños ni de día, ni de noche.

Y en el mundo se ha desatado un gran tráfico de
sueños
que no pueden detener los traficantes de la muerte;
por doquier hay paquetes con grandes lazos
que sólo esta nueva raza de hombres puede ver
la semilla de estos sueños no se puede detectar
porque va envuelta en rojos corazones
en amplios vestidos de maternidad
donde piesecitos soñadores alborotan los vientres
que los albergan.

Dicen que la tierra después de parirlos
desencadenó un cielo de arcoiris
y sopló de fecundidad las raíces de los árboles.
Nosotros sólo sabemos que los hemos visto
sabemos que la vida los engendró
para protegerse de la muerte que anuncian las
profecías.