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27 de diciembre de 2014

Hotaru (fragmento), S. Kawamichi

No sé por qué todo me parece más pequeño.
El mar, el cielo.
El pasado, el futuro.
La oscuridad, el silencio.
Es como si mis ganas de amarte lo hubieran
empequeñecido todo.

23 de septiembre de 2014

Imatge, Flavia Ricci

Fue en un viaje de Barcelona a Tarragona e íbamos a la casa de una de sus (mejores) amigas. Me preguntó, mientras yo miraba a través de la ventana el Mediterráneo, por qué jamás miraba a los ojos. Yo no sé si la miré, pero sonreí. Una vez más, me decía algo que los demás habían notado, pero a la vez callado. Ella no, ella no era como los demás. Le dije que no era de mirar a las personas a los ojos y esta vez ella fue quien sonrió. Me dijo que creía que tenía un problema para fijar la mirada, pero era un alivio saber que se debía a una elección. Tiempo después viajé a Brasil y cuando llevé a revelar las fotos (en aquel momento se hacía), en la tienda me dieron de obsequio un llavero. El empleado me dijo que habían elegido la foto en que se me veía más feliz. Había imágenes de Brasil, de Tarragona y de Barcelona. Di vuelta el llavero y vi una imagen en el puerto de Tarragona: estábamos ella, su amiga y yo. Es cierto, se me veía muy feliz. Aun conservo ese llavero y de vez en cuando miro la foto. Cuántos km entre Barcelona y Argentina. Pero sigo feliz.

9 de noviembre de 2012

Eterna, Flavia Ricci

Y si bien me fascina ese momento del día en que va cayendo el sol, se va haciendo la noche y planificamos comidas, bebidas y sonrisas. Y si bien me encanta -porque es un encantamiento- que después de medianoche todo nos invite a ir a dormir. Y si bien es mágico saber que queda toda esa noche por delante y que al despertar, a la mañana siguiente, vos vas a estar allí a mi lado ... 
por otra parte me resisto a cerrar los ojos, a dar este día por pasado, porque quiere decir que mañana será un día menos contigo. Y yo quiero todos los días con vos, ninguno menos, todos por delante. Así es que me quedaría con los ojos abiertos desde tu llegada hasta tu partida, incluso cuando ya no partas, desde un día hasta otro pasando por cada una de las noches a tu lado, en una contemplación eterna porque no me termino de creer que estés a mi lado, conmigo, real. 
Y con todos los días y las noches nuestros, por delante, por escribirse, con vos.

1 de noviembre de 2012

Huellas en el tiempo, Flavia Ricci

¿Te acordás, podés recordar lo que hacías en esta misma franja horaria, hace un mes? Yo sí, disfruto cerrando los ojos y recordándolo. Vos tomabas mi mano, por primera vez. Presté tanta atención cuando pasaba, me importaste tanto, que grabé todo aquello y es gracias a eso que ahora puedo rememorarlo como si estuvieras acá ¿Te acordás, podés recordar, aquello? Vos tomabas mi mano por primera vez, y yo sonreía. Sabía que iba a terminar, sabía que sería únicamente yo quien lo recordaría un mes después, pero aun así lo vivimos, sé que fue real ¿Te acordás, podés recordar aquello? Vos tomabas mi mano por primera vez. Y hoy, simplemente no. Ya no habrá primera vez, ya probablemente lo hayas olvidado, ya mi mano se mece sola a miles de kilómetros de las tuyas, vagando en un aire con mar, cerca de la playa. Miro estas huellas, estas marcas de mis manos donde alguna vez posaste la tuya. Te recuerdo con la certeza de que fue real, que estuviste dentro de mí. Sé que esta mano siempre guardará, en sus huellas, el día en que vos tomaste por primera vez mi mano. El día en que yo sonreía.


Mano desenfocada

27 de septiembre de 2011

Café, Flavia Ricci

Después de tantos años disfrutando meterme en diversos bares a pasar el tiempo, una va haciendo ciertos arquetipos de acuerdo a las ciudades. Llego a un bar que promete wi-fi, desenfundo netbook y me conecto hasta que llegue la hora de la reunión que me ha llevado desde La Plata a Buenos Aires. Pido un desayuno porteño, de esos con un gran café con leche, zumo de naranja exprimido y con un hielo en vasito pequeño, tres medialunas y un servilletero que llega a último momento, cuando me traen el pedido.

Miro por Diagonal en sentido Plaza de Mayo, aunque estoy en un bar a 50 metros del Obelisco y tal vez hubiese sido más grato haberme sentado en sentido contrario. Pero yo quería conectarme al wi-fi y quedarme en mi burbuja cibernética unos minutos al menos. A mi lado hay una mesa con dos hombres con pinta de ejecutivos, de unos 45 años. Uno de ellos habla a los gritos y el otro en cambio casi no se escucha. Tal vez porque no habla nunca. El gritón habla de "grandes" proyectos, de invertir, poner dinero allá y sacarlo de acá, de que la tasa de interés y la Bolsa, de que su casa y la ampliación de su casa. Miro varias veces hacia su mesa pero él no me devuelve la mirada, sumido como está en sus grandes inversiones.

 Y pienso en los cafés de Tres Arroyos: la gente hablando de la comida, Claromecó, los viajes, los chicos y el colegio. Pienso en que me gustan esas conversaciones, de esos cafés. Con gente distendida que se afloja la corbata. O quizás no usa, muy probablemente. Podría decir, claro, que se trata de un mal de las grandes ciudades: la gente que no se relaja ni se despega de las grandes inversiones que pretende hacer. Pero no.

Yo he estado en los cafés de Barcelona o de La Plata. Y la gente no es así. Vamos, no diría que no es así, pero al menos las conversaciones no son tan monotemáticas. Hay padres, madres, niños, abuelos, abuelas, tíos, familias, amigos. Pero los cafés de Buenos Aires los mediodías traen consigo oficinistas tristones, grises, solitarios y con "grandes" inversiones.

 Al final me he quedado pensando en esto, así que no me conecté al wi-fi del bar. En cambio disfruté de un desayuno porteño mientras me imaginaba que estaba en un café del Borne, en ojotas. Que pedía croissants, un café con leche y un zumo de naranjas.

Disfruto enormemente del anonimato porteño, de los paseos, de sus lugares infinitos. Pero las conversaciones en los bares son extremadamente monotemáticas y parecidas.

 Ya lo decía Benjamin Franklin: "No cambies la salud por la riqueza, ni la libertad por el poder".


 

21 de diciembre de 2009

Despegue de Barcelona, Flavia Ricci

He pensado, soñado y vuelto a pensar. Y un día, no sé cómo ni cuál exactamente, se conjugaron mis años de postergar el regreso con los por qué de esas prórrogas. Entonces fue que lo vi claro y despegué. Me despegué aquella idea del regreso y rompí el billete que cruzaba el charco, porque no era lo que quería. Despegué y me despegué de esa idea, que me ataba a algo difuso y cada vez más ajeno. Me quedo con el recuerdo y tal vez con alguna visita. Me quedo con los excelentes días y noches, y gentes y acentos. Me quedo con las risas y sonrisas, con el amor y el desamor. Me quedo con las calles laberínticas, con ese mapa que conozco como si fuese de allí. Me quedo con una mica de rauxa i una mica de seny. Pero me quedo aquí, explorando estas vidas argentas casi vírgenes que me quedan por vivir. Porque tengo claro que despertar en otro sitio que no sea dentro de estas fronteras me genera angustia. Porque deseo estar aquí y seguir aquí. Porque estoy a gusto. Porque queda mucho por escribir y vivir.
Así que despego de mí la idea del regreso, como una calcomanía que se ha quedado sin pegamento y no sirve más. Pongo bien los pies sobre la tierra y despego. Despego cerca y lejos. Pero siempre aquí.