Salió disparada de su casa con esa neblina invernal porteña. No iba a ir a cualquier librería, sino a esas de Corrientes y aledaños que tienen el encanto añadido de poder tomarse un buen café. Después de un paseo por su ciudad adoptiva se bajó cerca del Obelisco y comenzó a subir por la calle que nunca duerme. Entró en una librería y se detuvo frente al estante de las novedades ¿Cuál de todos era el indicado? ¿Cómo dar en el blanco? ¿Entendería su mensaje? Se quedó perpleja pensando ... y salió a despejarse a la calle.
Al cabo de unas cuadras de una ensimismada caminata se detuvo frente a un quiosco color verde, tomó un plano de Buenos Aires y lo compró. Se metió en El Gato Negro, pidió un café con crema en jarrito, abrió el mapa y sonrió. Marcó para él un punto exacto en donde ella vivía. Plegó el mapa y lo preparó para enviarlo por correo.
El mensaje estaba claro. Ahora comenzaba la espera. Y algunas esperas no gustan de Internet. Ella quería que entendiera de una vez.
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