27 de marzo de 2008

La lección de anatomía, Flavia Ricci

Cierto día, Nina se dispuso a contarle a su hija, después de tanto tiempo, quién era su padre y cómo ella había nacido. No era tarea fácil. Debía rememorar uno tras otro sus romances para entender bien lo que pasó. Pero a su vez, era tan escurridiza su cabeza, tan movedizo su corazón, que no atinaba a enumerar a todos sus amores y amoríos. De todas formas su hija se lo había pedido. Y Nina sabía que ella, Lola, era su debilidad. 
Su primer amor fue Martín ... un chico aparentemente como todos los demás. Pero no así para Nina. Se conocieron en una fiesta, se gustaron mutuamente, se siguieron conociendo más y más, hasta que decidieron pasar a conocerse de otra manera, lo que se denomina realmente conocimiento mutuo, que no depende del tiempo que uno lleve junto al otro, sino de las sutilezas de dar y darse, que no todos distinguen.
Y de ese gran amor, Nina dio a luz "El día que te conocí", un libro en forma de novela cuyos protagonistas eran justamente ella y Martín. Nunca más se vieron, pero ambos sabían que así lo habían decidido al conocerse: nada de compromisos. De modo que Nina depositó su primera novela en la biblioteca, como testimonio de su primer amor. Y así se resignó, entre sorprendida y angustiada, a mirar día tras día ese libro del que ella era responsable de por vida.
Después, no tan después, llegó Leo. Y con él sucedió lo mismo que con Martín. Y de la misma manera engendró un libro. Pero esta vez, era una gran obra de teatro. No sólo porque su entonces novio era un gran dramaturgo, sino porque ella para ese entonces también había incursionado en el teatro. Era lógico.
Y a Leo le siguieron Alejandro, artífice de "Cómo tener una vida perfecta", típico producto de un libriano de octubre, que nunca supo qué es la espontaneidad, Javier y Gabriel, y Gustavo, y Fede, y ... (¿Cómo recordarlos a todos?). 
Al que sí podía recordar fácilmente era a Matías. Gracias a su relación él había podido descubrir su vocación: gastronomía. De manera que después de haber dado a luz a su hijo, era el vigésimo más o menos, lo llamaron "Cocina diet para la mujer y el hombre de hoy". Y a él le siguieron "Kant murió en Argentina", "Sea una imperceptible infiel", "Guía práctica para no perderse en Buenos Aires", "La historia de Roma", "Los etruscos y yo", etcétera, etcétera ...
Pero llegó un momento en que Nina se dio cuenta que de seguir así, no sólo terminaría saturando toda su casa con libros-hijos de sus ex-amores, sino que algún día la sorprendería la muerte sin haber dado a luz a un ser humano. ¿Sería el castigo lógico por ser una amante de los libros? No lo creía. 
Había tropezado una y otra vez creyendo haber dado con el hombre ideal. También había deambulado por relaciones tan efímeras como arriesgadas. Relaciones llenas de clandestinidad y aventura. Pero de igual forma que sus noviazgos, habían terminado en libros y más libros.
Hasta que una mañana de julio, caminando tranquilamente por Salguero, lo vio y se decidió a seguirlo, furtivamente, hasta donde él se dirigiera ... Lautaro no se dio cuenta de que lo seguían. Entonces Nina se acercó y conversaron. Y se dejaron sus teléfonos y prometieron llamarse al día siguiente. Y así fue. Y cuanto más se conocían, más estaban seguros los dos de que su destino era estar juntos.
Y después de haber compartido tantos momentos, tantas calles transitadas en la ciudad, tantos cines y tantos viajes, se unieron de tal forma que ya nada ni nadie podría separarlos. Se unieron sin sentirse atados ... Aprendieron a estar cerca, a veces sin estar juntos ... Por fin se encontraron.
A pesar del trajín del tabajo, del bullicio que envuelve, inexorable, la ciudad, de sus activas vidas amorosas pasadas: ahora era distinto. Todo lo anterior era un pretérito imperfecto en todos los sentidos. Pasado. 
Y después de 9 meses de amor, desvelos, temores y expectativas, nació ella, su hija ...

- ¿Te das cuenta, Lola? Después de tanto tiempo de esperarte, naciste vos. Tu papá y yo saltábamos de alegría. Yo había dado a luz, finalmente, a una personita. Y esa personita era lo más preciado que teníamos él y yo. NUESTRA HIJA. ¿Qué más le podía pedir yo a la vida? Finalmente entendí que todas mis relaciones pasadas con hombres que hoy me cuesta recordar, habían sido entregas parciales de mí. Les había dado mi intelecto a algunos, mi cuerpo a otros, pero con ninguno llegaba a conformar una persona. Y sin embargo con Lautaro sí. Había sido una verdadera "lección de anatomía". Sí, mi vida había sido hasta ese momento sólo eso.


Flavia Ricci
13-11-1996


No hay comentarios.: