Cafeína para dos (II), Malaci
“…y de repente me invadió el deseo de abrazarle, de unir su corazón con el mío y sincronizar nuestros latidos, de hundirme en su pecho y tocar su alma, su ser, de comprender sus dolencias y su historia de vida, de escuchar sus sollozos y todas sus risas… Accedí, entonces, al deseo incontenible de acompañarle toda una vida y lo que le sigue…”
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