2 de diciembre de 2012
Dragón de fuego, Flavia Ricci
El dragón de fuego despliega casi sin querer sus alas y vuela alto, y lejos, hacia sí mismo. Vuela para ver más allá, vuela para ver la realidad. Y regresa a su refugio con las alas rodeándole el cuerpo para protegerlo, así descansa este dragón. Vuela alto, Al-Taïr, vuela muy alto dragón, lejos de todo y de todos, contigo mismo y tus deseos. Lo ha visto todo, todo lo que ha querido. Ha caído y se ha levantado en su inmediata soledad. Extiende sus alas, intenta llegar, mira hacia arriba y se lanza como un ave rapaz en busca de su presa, que no opone resistencia. Es todo tan fácil, el dragón puede saciar su sed. Y volver a pesar sólo en sí, otra vez en sí mismo, solamente en sí mismo. Un estado cómodo en donde no puede ser cazado. Dragón fuerte, extremadamente intuitivo, perseverante. Mira atento hacia abajo desde su refugio, con las alas rodeándole el cuerpo y dándole calor. Mira nuevamente a los lados, los lados del centro. No es que trastabille, el dragón todo lo acierta. El dragón todo lo aprende. Y por eso es el amo, aunque nadie sepa ni piense jamás en las heridas que conlleva serlo. Eso se queda bien dentro, con el dragón, dragón de fuego.
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