"Cuando se fue de la pieza era casi de madrugada, y yo ya ni sabía llorar" (Rayuela, J. Cortázar)
Lloré aquella noche cuando sentí que los mares, todos mis mares, golpeaban contra las piedras sin freno ni dirección. Lloré cuando pasaban las diapositivas de todo lo que quería hacer, con una persona, con esa persona, con ella. Lloré sumergiendo mi cara en la almohada y pensando "por fin la encontré", porque sabía que era la persona buscada, perdida, por fin hallada. Lloré por su presencia, lloré previendo su ausencia, lloré por si alguna vez no estaba en mi vida y, en definitiva, lloré pensando lo que la necesitaba. Repentinamente me enfrenté al significado de encontrarse, de aferrarse, de fundirse. Lloré cuando vi los vasos, besos y sábanas del pasado irse en retirada para siempre. Lloré sintiéndome tan pequeña y vulnerable como para permitirme elegir. Elegir a una persona, a esa persona, a ella. Todos los mares, mis mares, todos los fuegos, mis fuegos, todos los deseos, mis deseos. Todos los amores, en un solo amor. Quizás por eso es que me atravesó esta certeza que me dejó ciega y muda, tan solo con una emoción que venía de muy dentro, de mucho tiempo atrás. Y que me decía que por fin, nos habíamos encontrado.
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