27 de octubre de 2007
1+, Flavia Ricci
Hoy me miré al espejo, había una foto imaginaria tuya en la esquina superior izquierda. Izquierda, sólo podrías haberla dejado allí. La quité, la quité para quitarte de mi vida. Y a continuación todo pareció enderezarse. Aparecieron otros, que te reemplazaron en el tiempo, pero no en la intensidad. Y al fin, él.
Hoy me miré al espejo, lo veía y lo veía a él. Todo crecía hacia todos los lados, casi sin saber por qué y a pesar de todos los pronósticos, incluso del mío. Inabarcable era aquello, enorme e inexplicable ¿De dónde venía esa fuerza? ¿De dónde provenía esa intensidad?
A medida que pasaban los días iba pasando las pruebas, aquello de mirar a los lados. Casi no miraba, y cuando miraba no veía nada especial. Él no formaba parte de aquel centro que compartía los lados. Ella le había dado ese sitio y hasta se la veía convencida.
Pero un día, por exceso de algo que él mismo no pudo nombrar, la confianza se quebró. Ella ya no tenía la foto en el espejo, así que veía todo mucho más claro. Y lo vio, vio todos esos cristales que deja la confianza cuando se rompe esparcidos por el suelo. Los miró y no quiso pasar ni cerca. Sencillamente se alejó de él. Y volvió a ese mundo incierto, hasta algo hostil de sexo y hombres, de los hombres que ladran.
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