Los ojos curiosos. Silencio. Mira todo. Es enorme.
Piensa, en las horas que faltan. La espera. Baranda de madera. Dedos que pasa
por la superficie. Piensa en ella. Sonríe. La mirada que va más allá (se
aventura). La tarde que cae. Todo el fin de semana por delante. Sonríe de
nuevo. Ella, ahí. Un encuentro entre tanta arquitectura racionalista. Como ella
(no es casualidad el lugar). Las palabras dejan lugar a las miradas. Se callan,
trastabillan. La mano se desliza por la baranda de madera. Se impacienta. Se
encuentran a mitad de camino. Levanta la vista. Quizás suene impertinente, pero
aflora una invitación. El deseo avanza, sigiloso. Todo se detiene. Sus sentidos
se concentran y afina el oído. Escucha. Tiene todo el tiempo del mundo y a la
vez … La mano se desliza hacia un libro de poesías. Lo abre en la página 35 y
lee. (Le) lee. (Le) sonríe. La gente circula alrededor ajena a ese pequeño
mundo perfecto. Y como si nada: poesía. Destinataria de lo que pasa. Para ella
y por ella. Se mantiene racional en su mundo sin descuidos. Pero, una mano se
desliza, al encuentro del libro que va a devolverle. Las manos apenas se rozan.
La piel apenas se toca (pero es claro que desde el principio esa piel busca su
piel). Cierra suavemente el libro. Levanta la vista. Arquitectura racional.
Como ella, y su mundo sin descuidos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario