24 de junio de 2015

Dos palabras, Flavia Ricci

Las mismas palabras rozan a cada una de las personas a tu alrededor, llegan hasta sus oídos, pero vienen a mí. Y yo en cambio cuido de esas dos palabras que únicamente van hacia la persona elegida, lo demás sería un abuso. Palabras sagradas, palabras únicas, para una única persona. Yo, guardiana de ellas, las libero en el momento preciso, cuando extiendo mi mano y nombro. Y vos que en cambio sin nombrar las usás, abusando de su significado, de su resonancia. Sin embargo, usadas hasta el hartazgo, hasta que dejan de significar algo único, aún tienen un peso y una persona hacia quién se dirigen. No creas que las palabras vuelan por los acantilados hacia el mar porque sí. Vuelan en círculos, circundan las arenas, permanecen en la playa. Esa playa precisa desde donde las escucho. Cierro los ojos y vienen a mí. De todos los cuerpos que rozan, vienen a mí. Y yo las tomo con mis manos y las pongo cerca de mis oídos. Palabras precisas. Las mismas palabras que yo guardo tanto. Las mismas palabras que para mí son sagradas, que pronuncio con cautela y certeza a la vez. Las mismas que pronunciadas por vos tantas veces, como porque sí, esperan en la playa cada día. Esperan que extiendas la mano. Esperan que nombres.
Nombrar. Dar entidad. Sacar del anonimato. Nombrar a una persona con las dos mismas palabras que tanto usaste porque sí. Hacer coincidir, cuando cierro los ojos, todo lo que significa esa persona con las palabras que la nombran, solamente dos. Unidas. Y entonces, mis dos palabras sagradas, tus dos palabras tan malgastadas. Las mías tan certeras, las tuyas que cada día, sobrevuelan la playa, la arena, el mar. Y siguen buscando mis manos.











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