- Y ahí comenzó lo raro. Le dijo sin más mientras los dos miraban al horizonte.
- ¿Pero cómo lo raro? ¿Qué es lo raro?
- Palabras cruzadas, le llamaba yo.
- Ajá.
- Me refiero a que en un determinado momento, que hasta puedo decirte que fue después de tomarnos nuestro primer café juntos, ella comenzó a cruzar las palabras.
- Ahí sí que no te sigo.
- A cruzarlas, con las que yo le había dicho, y con las que ella misma me había dicho. Se cruzaban, se encontraban, algunas chocaban, otras se esquivaban, se perdían. No sé cómo decirte. Pero a partir de ese momento en vez de aclararse todo se enrrareció.
- ¿No serás vos el cruzado?
- No sé che, puede ser. Pero las palabras me jugaron una mala pasada. Yo las tenía a todas en fila, preparadas las frases. No te voy a decir que la tengo clara, vos sabés que las palabras no son lo mío, si hasta tengo grandes faltas de ortografía. Pero qué sé yo, las pocas palabras que tenía en la cabeza, lo que siempre había querido decirle a ella, se me atragantó. Me salieron algunas palabras, que ahora preferiría no haber dicho. Y justo, justo, las que tendría que haber dicho, no las dije.
- ¿Y cuáles son esas palabras, si se puede saber?
- Dije justo las palabras de un hombre enamorado. Y no sé, me parece que tendría que haber sido más discreto, no irme de cabeza.
- ¿Por?
- Y ... porque ella después de ese primer café me miró, se levantó, intercambiamos algunas palabras y nunca más me volvió a hablar.
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