6 de noviembre de 2012

La magia de la niñez, G. Bergsson

Ya antes de tumbarme a descansar, era evidente no sólo que el cuerpo notaría que estaba recuperando una posición perdida, sino que la mente vería con claridad, al despertar por la mañana, que había gozado de aquel sueño perdido y vivificante que había echado en falta durante años, y todo parecía suspirar de alegría y alivio. De modo que el sueño no habita ni en su propia vida interior ni en las complejidades de los sentimientos disfrazados de sueños, sino que más bien depende de la postura del cuerpo en el lecho de nuestra infancia, de la dirección a la que apuntan los pies o la cabeza.

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