20 de noviembre de 2012

Así, Flavia Ricci

Todo aquello que en tu presencia hice despreocupadamente. O no debiera decir despreocupadamente, pero sí sin la preocupación de que fuera por única vez, en tu ausencia se vuelve irreductible, allí, sólido. Regreso por el camino que poco antes hicimos, entro a casa y miro los vasos de los que poco antes bebimos, los platos que poco antes usamos. Y arde tu ausencia, me quema por dentro. Agudizo los sentidos para tratar de captar todo aquello que queda en el aire y en mi piel de vos, sé que es solamente un consuelo, pero es una forma de no perderte de repente. Poco a poco se despiden los aromas, las marcas, y me voy resignando a tu presencia a distancia, por momentos.
Pero es tan diferente tu presencia día a día y cara a cara en mis días, son tan distintos mis días con tus ojos mirándome, tus manos buscándome, todo tu cuerpo, en suma, cerca de mí, que te busco hasta en los rincones más raros, donde quizás antes estuviste despreocupadamente y de repente ahora todo aquello se vuelve tan único. 
Quisiera guardar como en un museo todo lo que mi vista recorre, todo lo que vos tocaste, todo lo que pisaste. Me debato entre recorrer los recuerdos, producto de lo que día a día hemos ido construyendo o dejarlos aparcados, temerosa de no poder afrontarlos. Y voy pasando los días entre la esperanza de volver a verte, y de que sea para siempre, y verte de a pedacitos y a distancia en el mientras tanto. Voy como caminando a tientas, hasta vos. 
Y sin embargo cuando aparecés todo, lo grande y lo pequeño, cobra otra dimensión. El cordón de la vereda, la entrada de mi casa, las esquinas de mi ciudad, los mediodías, el sol de la tarde, la playa de Claromecó. Cuando me giro y te veo es tan claro mi sentimiento, mi fortaleza, mis ganas, que casi no puedo hablar. Y agradezco a la vida, a quién más, el haberte reencontrado en este momento mío, tan en paz y armonía y con tantas ganas de estar con vos, solamente con vos, para siempre con vos.

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