Hay momentos en la vida en que una ilusión, un parecer, una expectativa va creciendo. La sentimos dentro de nosotros, le damos forma, saboreamos cada instante de su desarrollo. Vivimos pensando en lo que sucederá después, cuando se cumpla nuestra expectativa. Y de repente no caemos en la cuenta de que para ello es necesario pasar por un momento decisivo: exteriorizar lo que queremos.
A menudo pasa en las relaciones: quiero estar con alguien, qué bueno sería estar con esa persona, no puedo dejar de pensar en ella, cuántas cosas haremos cuando estemos juntos ... Y llega el momento, que en realidad puede ser cualquier momento, ahora mismo si quisiéramos, en donde tenemos que escupir lo que queremos, lo que anhelamos. Pero allí se abren dos alternativas: salir de dudas o seguir viviendo en la eterna expectativa por temor al fracaso (¿al rechazo?). Ah ... los eternos poetas que persiguen aquello que no es que no puedan, sino temen alcanzar. La flor de otra ciudad, las comidas de otras provincias, los viajes por otras tierras y el amor, lo más lejano posible. Ay de mí si tengo que explicarte lo que me fascina de tu sensibilidad cuando es tu espontaneidad la que te empuja a venir a mí. Tocás mi puerta, botella de vino en mano con dos copas. Yo cierro los ojos, sonrío y te abrazo.
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