Amanecer de lunes. Se despertó en la costa, desayunó en compañía y poco tiempo después estaba en su oficina a casi 200km de allí. Comenzaba su semana laboral pero algo le rondaba por la cabeza y no sabía qué. Se había dormido con él, luego de cenar con él, se había duchado con él, había hecho el amor con él, había paseado con él, había recorrido la playa con él, había jugado tenis con él, había besado a él.
Pero ... era otro él a quien llevaba siempre dentro, con quien realmente hacía el amor, se duchaba, cenaba, jugaba tenis, dormía, recorría la playa y besaba cada día. El "deme dos" no funcionaba más, tenía que elegir. O mejor dicho, sacar fuera su elección. Porque ese otro él era su inspiración de cada día, era un hueco en su cama cada vez que no estaba, eran sus ganas casi asfixiantes de abrazarlo, era su temor a pensar tanto en él y olvidarse de sí. Ese otro él, con sus anteriores ellas y su ella de ahora, sólo ella, había sabido construir un nosotros único e insustituíble. Por ese otro él ella sentía una admiración irrefutable, una sensibilidad envidiable y una felicidad fascinante. Ese otro él era su único él, y no tenía nada de "otro".
Así que eso simplemente era lo que le daba vueltas por la cabeza: porque cuando le puso nombre y apellido a ese otro él, le dieron tantas ganas de contarlo que comenzó a llorar. No sé si por él ... creo que más por ella.
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