De su brazo. Trepaba y se aferraba a todo aquello como
cuando escalaba montañas. Barcelona. Por Sarrià, tantos coches, tanto ruido,
callecitas sin nombre ni momento. Todo pasaba en simultáneo. De su brazo volaba
como si el tiempo fuera suyo. Abajo estaba Gràcia. Abajo la realidad, los
compromisos, el reloj, la noche y el día, el orden, la espera, los quehaceres,
el nombre y el apellido. Cerrar los ojos y volar. Todo aquello se terminaba.
Bordeaba el abismo del final, donde no queda otra alternativa que hacer
equilibrio para salir de allí. Y el adiós, un hasta luego ficticio. Todo, tan
pero tan junto, todo. Y bajó a Gràcia.
¿Has visto alguna vez a un Dragón volar acompañado? Siempre
vuelan solos. Y así sobreviven.
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