24 de enero de 2008

Ruido, Joaquín Sabina


Ella le pidió que la llevara al fin de mundo,
él puso a su nombre todas las olas del mar.
Se miraron un segundo
como dos desconocidos.

Todas las ciudades eran pocas a sus ojos,
ella quiso barcos y él no supo qué pescar.
Y al final números rojos
en la cueva del olvido,
y hubo tanto ruido
que al final llegó el final.

Mucho, mucho ruido,
ruido de ventanas,
nidos de manzanas
que se acaban por pudrir.
Mucho, mucho ruido,
tanto, tanto ruido,
tanto ruido y al final
por fin el fin.
Tanto ruido y al final…

Hubo un accidente, se perdieron las postales,
quiso Carnavales y encontró fatalidad.
Porque todos los finales
son el mismo repetido
y con tanto ruido
no escucharon el final.

Descubrieron que los besos no sabían a nada,
hubo una epidemia de tristeza en la ciudad.
Se borraron las pisadas,
se apagaron los latidos,
y con tanto ruido
no se oyó el ruido del mar.

Mucho, mucho ruido,
ruido de tijeras,
ruido de escaleras
que se acaban por bajar.
Mucho, mucho ruido,
tanto, tanto ruido.
Tanto ruido y al final…
Tanto ruido y al final…
Tanto ruido y al final
la soledad.

Ruido de tenazas,
ruido de estaciones,
ruido de amenazas,
ruido de escorpiones.
Tanto, tanto ruido.

Ruido de abogados,
ruido compartido,
ruido envenenado,
demasiado ruido.

Ruido platos rotos,
ruido años perdidos,
ruido viejas fotos,
ruido empedernido.

Ruido de cristales,
ruido de gemidos,
ruidos animales,
contagioso ruido.

Ruido mentiroso,
ruido entrometido,
ruido escandaloso,
silencioso ruido.

Ruido acomplejado,
ruido introvertido,
ruido del pasado,
descastado ruido.

Ruido de conjuros,
ruido malnacido,
ruido tan oscuro
puro y duro ruido.

Ruido qué me has hecho,
ruido yo no he sido,
ruido insatisfecho,
ruido a qué has venido.

Ruido como sables,
ruido enloquecido,
ruido intolerable,
ruido incomprendido.

Ruido de frenazos,
ruido sin sentido,
ruido de arañazos,
ruido, ruido, ruido.

20 de enero de 2008

La génesis del nosotros, Al-Taïr

A la conquista de tu interés, de tu mirada, de tus besos, de tu piel. A la conquista de todo aquello me lancé casi sin conocerte y sin saber si querrías seguir conociéndome. A la conquista de las palabras, de tus silencios y de los míos, de tu pasado y del mío, de nuestras alegrías y de nuestros fracasos. Al encuentro, nuestro encuentro, el de dos mundos diversos pero que intuía complementarios. Todo un día o más por delante, yo me hubiese conformado con mucho menos en aquel entonces. Se acercaba la noche, la promisoria y definitiva noche. ¿Nuestra primera noche? Y toda mi experiencia quedó disuelta en un mar de incertidumbre sobre el futuro. Esta vez, me importaba aquello que tenía frente a mis ojos. A la conquista del espacio, esa era la primera conquista a la que debía lanzarme. Pero no me atrevía a moverme y la noche comenzaba a llegar a un punto en donde más palabras agobian, pero el silencio obliga a alguna acción. Cada vez que lo recuerdo, sin saber demasiado cómo llegamos a ello, cierro los ojos y un cúmulo de emociones viene a mí: aquella primera vez en donde tus ojos y los míos se miraron más allá de lo que veían. Y celebro aquella vez en que tocarte, tocarte una pequeña parte de tu dedo, de tu rostro, de tu cuello, para mí fue un caudaloso río de sensaciones que me sacudían por dentro. Aquella primera vez en que pude explorarte con mis ojos y mis manos para introducirme en tu mundo y presentarte el mío. Aquella primera sensación de lo desconocido, de lo que vendrá, de cuando sentí que todo estaba por escribirse, y quería que fuese contigo. Aquel momento previo a que un cuerpo se confunda con el otro, a que las manos se entrecrucen indiscriminadas. Quiero decir, aquella pequeña, tímida conquista de acercarme a tu espacio y rozarte sutilmente con mis dedos para saberte cercano y real. Esa noche, esa conquista primero poco a poco y luego urgente es la que tengo en la mente cada vez que te miro. Cada vez que caminamos juntos. Esa pequeña y delicada mezcla de sensaciones que viví cuando mi mano rozó la tuya y cuando ambas se cerraron unidas. Esa pequeña conquista de aquella primera noche en donde todo estaba por escribirse.

11 de enero de 2008

Jugar al Solitario, Al-Taïr

Quise caminar al lado de alguien de un solo discurso. Quise y di todo tipo de libertades y tolerancias. Quise por una vez tener la certeza de mirar y poder ver lo mismo. Quise estar a miles de km y saber que nos respetaríamos. Quise unificar por una vez mi discurso. Quise saber que ambos éramos sinceros, más allá de los muros de nuestro hogar. Quise saber y convencerme de que por fin aquello que veía era lo que ocurría. Quise saber que ambos compartíamos la intimidad, la nuestra. Quise hablar con un "yo" y con un "vos" porque existía un "nosotros" que era más que decir "los dos". Pero me quedé jugando al solitario. Jugando al solitario sin querer, porque no sé jugar. Me dejaste jugando aunque sabías que no entendía, que esas reglas jamás las había manejado. El Solitario, vaya juego. Y vaya juego el tuyo, campeón. Me diste una estocada magistral.

9 de enero de 2008

Back, Luciana Peker

Una mujer que quiere acostarse después de acostarse –sin pensar en irse, en huirse, en blindarse– sabe que si los dos cuerpos se rinden y se dan vuelta, se reinventan. Entonces el cuerpo gira, se acomoda y así se hace noche y se re-hace el día. Una mujer que duerme con un cuerpo desnudo, abrazado, despatarrado, sabe que es su atrás, su columna vertebral, su trasero, su cuerpo sin voz, sin palabra, sin siquiera mirada, el que arrima. Una mujer que sabe desandar sus maratones y volverse caminante con sus manos apoyadas, sabe que ahí –ahí donde un soplido puede dividir el cuerpo–, ahí donde el cuerpo hace una vertical entre las piernas y la espalda, ahí el cuerpo se pone redondo. Y como si estuviera Galileo vociferando pero se mueve el verano descubre las colas como si descubriera América.

4 de enero de 2008

Como tus zapatos, Gabo Ferro

No te fuiste de casa
te quedaste en tus cosas
en tu cama revuelta
en tus libros abiertos
en tu abrigo tirado que ha quedado trabado como en un abrazo
En tu foto sonriente
en tus anteojos viejos
celándome tus cosas
siempre vigilantes
Los pondré de mi parte
cuando se enteren que también los dejaste
Como los zapatos que dejaste acá tirados
Uno boca abierta al cielo y el otro desatado
Como tus zapatos, incompletos, solos, gastados
Hermosos juntos
imperfectos separados
No te fuiste de casa
te quedaste en tus cosas
en tus libretas viejas
que confinan tu historia
en una serie larga de dibujos con lápiz y días arrancados
Tu gorra con mi nombre
ha quedado tumbada
parece como ahogada
después de haber braceado
y haber tragado el aire envenenado que amparaba tu almohada
Como los zapatos que dejaste acá tirados
Uno boca abierta al cielo y el otro desatado
Como tus zapatos, incompletos, solos, gastados
Hermosos juntos imperfectos separados.