24 de agosto de 2015

Acantilados (III), Flavia Ricci

Entonces mirar el mar y hacerlo con vos. Entonces por suerte haberme guardado ese pedacito de inocencia, de ilusión, de cosas no dichas, de sonrisas. Menos mal, menos mal que no lo he contado todo, que lo profundo de mí sigue intacto, que la burla que he sufrido no es tan grave.

Menos mal que puedo darte mis tesoros de bolsita como una niña que guarda sus caramelos preferidos: te doy las palabras amor, confianza, estabilidad, lealtad, sonrisas, confidencias, ilusiones, sinceridad. Vos las tomás, les das vuelta y (menos mal) les das el mismo significado que yo. Y permanecés. Pero entonces callar y que cales profundamente en mis pensamientos, aun en los más lejanos. O cerrar los ojos y que sigas allí mirándome. El tiempo no pasa, sé que no pasa, que día tras día te vuelvo a encontrar y me estremezco. Pero entonces que estés para abrazarme como siempre dijiste. Y me contengas. Y todo sea,

azul
verde
mar
acantilados
paz
estabilidad


Pero entonces que sostengas mi mano cuando me han derribado y me acerques a vos. Y yo como si nada piense "qué suerte". Pero entonces la palabra, la palabra que nombra, señala, elige. Pero entonces una vez más vos. Y yo. La arena. Y el mar.

Pero entonces la fortuna de haberte encontrado sin recodos, porque aun con ellos sé dónde buscarte. Y cerrar los ojos e ir al abismo. Al borde. Mientras vos me mirás. Y asomarme desde las columnas al mar. Y volar, Dragona, volar. Con vos.


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