Aprender a descender escalón por escalón
y detenerse en cada uno,
para mirar desde cada uno el horizonte,
no el siguiente escalón.
Sólo así no rodaremos:
cada horizonte nos sostendrá hasta el siguiente.
Y al bajar al último escalón,
aunque ya no necesitemos horizontes,
el último suavizará el descenso,
la bajada de quien prefirió otear los horizontes
antes que vigilar cada paso hacia abajo
por temor a caer.
Sólo las miradas más largas
pueden abarcar lo más próximo.
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