Querida persona desconocida,
Yo, Flavia Ricci, declaro haberme enamorado de usted. Así, de la noche a la mañana y sin saber a ciencia cierta por qué, aunque ya le gustaría que se lo contara y por eso haré un esfuerzo.
Yo, Flavia Ricci, declaro haberme enamorado de usted. Así, de la noche a la mañana y sin saber a ciencia cierta por qué, aunque ya le gustaría que se lo contara y por eso haré un esfuerzo.
Creo que fue su sonrisa la que me conquistó. Y si bien yo no
la conocía, usted siempre fue para mí una persona desconocida, su sonrisa casi,
casi, me resultó familiar. Su sonrisa y yo fuimos conociéndonos poco a poco
hasta hacernos como de la familia. Quizás, seguramente, su sonrisa fue lo que más
me gustó siempre de usted, porque cada vez que usted abría la boca por lo
general era para decirme algo entre mezquino y durillo.
Pero esa sonrisa hablaba por sí misma.
Cuando la conocí a usted, de forma un poco forzada pero no
por ello azarosa, pensé enseguida que si venía naufragando en las aguas de mi
entonces amor, quizás con usted podríamos navegar. Piense, con toda mi
sinceridad por delante y también con su sonrisa. Pero a cambio recibí toda su
desconfianza y malos entendidos, mientras yo intentaba aferrarme a la única
balsa que me ofrecía usted: los escasos e inflexibles momentos en que usted y
yo estábamos cara a cara.
Bien es cierto que con usted todo es desconcierto, que una
no sabe si mandarla a paseo, querida persona desconocida, o aferrarse a usted
con ganas y a ojos cerrados y decir “que sea lo que Dios quiera, porque vaya si
te quiero”. Pero para no caer en la cursilería preferí callar, al menos callar
con usted, incluso callar a la evidencia. Tonta de mí, porque cuando algo es,
simplemente hay que dejarlo ser. Incluso sé que debí nadar contracorriente a
pesar de sus esquivos abrazos. Pero, ya ve, los años no vienen solos y
finalmente decidí que el amor no nace de a una, es una relación de dos personas.
Así es que, querida persona desconocida, si usted hubiera
tenido las ganas, diría que si hubiera sido más atrevida allí donde yo le daba
cabida, sabría a ciencia cierta que de verdad la quise, cada vez que la abracé.
A pesar de no conocerla, porque siempre se esmeró en ser una persona
desconocida. Pero llegué a conocerla un poco, y ese poco me dio ganas de
conocerla más. Usted, ilusa, desconfiada, poco amada en su vida, siempre creyó
que le mentía. Pero, si lo piensa mejor, verá que pocas personas son capaces de
salir a decir todo esto que le digo a usted a riesgo de quedarse solas. Sí, yo
puedo quedarme sola, querida persona desconocida, pero sepa usted que me quedo
con la certeza de haberlo dicho todo, de haber sido sincera y de haber
fracasado, como se fracasa a veces en el amor. Yo la quise, la elegí, si
supiera cómo y cuánto tiempo la pensé y elegí, hasta que hoy dije basta. Porque
me enseñaron de chica que una relación es de a dos. Porque nadé en las aguas de
la incerteza. Y porque hoy, supongo que hoy, abrí los ojos para darme cuenta qué
pretendo de mi amada persona, de quien me ame. Sencillamente que pueda mirarme
a los ojos y me diga lo que siente, que me hable de su vida, de su entorno, y
que pueda incluirme en él. Sí, quizás nada de esto haya ocurrido con usted
porque sencillamente no me haya querido jamás, no crea que no lo he pensado. Pero
quería que supiera, porque ahora no van a caberle dudas, que es a usted a quien
le dedico estas líneas. Y a nadie más. No va a saber nada de mí a menos que
usted lo desee. No soy de insistir cuando dicen que no quieren. Las cosas que
se abren, han de cerrarse y es lo que hice esta noche.
Mi querida desconocida. Un gusto las noches y días de
sonrisas y manjares. Espero que la vida le sonría siempre, como usted a veces
me sonreía a mí. Generalmente cuando nos veíamos. Y esa sonrisa me acompañaba
todo el día, todos los días, hasta que usted se dignaba a verme de nuevo, mi
querida persona desconocida.
Suya,
Flavia
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