31 de enero de 2009

Buenas costumbres, Flavia Ricci

Así luzco
Cada tarde
leer un trocito de un libro
piernas estiradas
en la hamaca
que me traje de Brasil




27 de enero de 2009

Música, Flavia Ricci

Siempre lo he dicho, para los cumpleaños prefiero regalar algo impersonal como la ropa que meterme en la misma piel o, peor aun, en la cabeza del cumpleañero y regalarle un libro o música. Una vez lo intenté y no creo que haya sido ese el motivo por el que mi ex-ex-ex-ex (etc.) y yo rompimos. La ropa, algo que indudablemente va más por el gusto de lo que nosotros queremos que él luzca que por lo que él luciría. Porque la pregunta que nos hacemos es "¿qué tal le quedaría esto?". Con la música o los libros la pregunta es la opuesta, ya no se trata de obsequiarle algo que nosotros queremos que escuche o que lea, sino de intentar meternos en la cabeza del destinatario para saber si cuando reciba ese libro o ese CD (¿aún la gente compra CD?) no va a mirarnos con una mezcla de resignación y rabia contenida.
Él por ejemplo, aquella noche en que se apareció en mi casa en medio del festejo de mi cumpleaños, apareció además invitado por uno de mis amigos con un CD como ofrenda por estar allí. Amante de la música como soy abrí deprisa el obsequio y mi sonrisa fue cediendo a la sorpresa para luego quedar estupefacta al ver que era un CD de La Oreja de Van Gogh. Fue imposible volver atrás para fingir mi primera sonrisa. "Si quieres lo puedes cambiar, me dijo como pidiéndome disculpas. Y yo pensé que averiguaría cuándo era su cumpleaños tan sólo para regalarle el libro de las recetas típicas de Senegal, a ver qué careto ponía. Claro que cambié el CD al día siguiente, no tenía tampoco ningún novio al que le gustara ese grupete, como para simular un regalo y olvidarme del asunto.
Al año siguiente, ya amigos y creo que nada más entre medio, apareció nuevamente en mi fiesta de cumpleaños. Esta vez parece que se había asesorado muy bien: traía un CD de música brasilera no-comercial en su mano. Comenzábamos a entendernos.

26 de enero de 2009

Cosecharás tu siembra, Flavia Ricci



Llega un momento en la vida de una madre en la que podemos darnos el lujo de mirar algunos centímetros hacia abajo con una sonrisa de oreja a oreja por alguna ocurrencia de nuestros niños. Yo que deposito en Zoe todas mis expectativas, logros y alegrías e intento quitarle la mochila de alguna que otra frustración o desdicha personal (mía), me he sorprendido para bien una vez más. Hace unos días fuimos las dos a una biblioteca de Tres Arroyos, yo le enseñé dónde estaba la sala de lectura infantil y le dije que podía leer los libros que quisiera (es un decir porque aun no sabe leer). Días después regresamos a esa biblioteca y ella misma me pidió sacar un libro de literatura infantil para llevárselo a casa y que pudiera leérselo, como cada noche hago con alguno de los libros que tiene en casa. La miré y pensé qué bueno que haya heredado el amor por los libros y la lectura, no seré la primera ni la última persona en afirmar que quien lee más, vive más. Porque vive varias vidas, porque puede jugar con el lenguaje, porque da vuelta arriba y abajo las palabras, porque se ríe de las h mudas, de las y o los acentos. Porque se expresa mejor y procura que lo entiendan mejor también. Miré la sala de lectura que tenía una calcomanía de Fundación Leer y recordé mis pasos como Directora de Comunicaciones allí a poco de llegar de España a Buenos Aires. Por aquí habían andado ellos ... y salimos Zoe y yo con varios libros bajo el brazo, cómo no.

22 de enero de 2009

La medida de un hombre, Joan Vinyoli


Bien pensado, los días
de juventud valen mucho
para no darles un alto precio.

Si fueron ricos en fuego y en acción y disponibles
para todo (...)
Si fuiste
fracaso, anhelo, soledad y reserva
de la chispa que enciende bosques
y no sólo
proyecto avaro de ganancias
de hipócrita dominio,
sobre todo si fuiste
puro en lo puro
diré que has dado
la medida de un hombre.

16 de enero de 2009

Javier Cercas genial, Flavia Ricci


Cercas 1:

Por mucho que uno se contradiga y trate por todos los medios a su alcance de emanciparse del tedio insoportable de ser uno mismo y llegar a ser otra persona, a última hora uno no tiene más remedio que conformarse con ser quien es, con sus obsesiones, sus vicios, sus manías e incluso sus virtudes, que a menudo son también sus defectos. De modo que ser coherente no constituye una virtud, sino un designio de la genética: después de todo, por mucho que se viaje y se escriba y por muchos bandazos que se den, al final siempre se acaba en manos de esa bestia omnívora e insoslayable que es el YO.

Cercas 2:

No hay escritor, ni siquiera el que sólo escribe para los periódicos, al que no le anime una dosis más o menos controlada o tolerable de presunción, pues de lo contrario no viviría instalado en la quimera de que lo que escribe tiene algún interés para alguien y en consecuencia merece ser publicado.

Cercas 3:

Todo escritor que no acepte ser un mero escribano contrae un apasionado compromiso con el lenguaje, pero al contraerlo contrae también, lo sepa o no -y más le vale saberlo-, un apasionado compromiso con la realidad, porque, como no ignora ningún escritor con alguna conciencia de su oficio, la escritura de una frase, por banal o anodina que parezca, entraña la toma de unas decisiones que no son únicamente lingüísticas, y porque, si es verdad que el lenguaje de algún modo crea el mundo, el escritor es, ya no dueño del lenguaje, sí por lo menos su usufructuario privilegiado, y por ello tiene el deber de mantenerlo tenso y exacto y ávido de verdad y de significación.

Buenos Aires, Flavia Ricci

11 de enero de 2009

Un nuevo manuscrito, Franz Kafka

Nos toca a nosotros, a los artesanos y comerciantes, salvar a nuestro país, pero no estamos a la altura de esta tarea, ni afirmamos nunca que podíamos hacerla. Se trata de algún malentendido, y ese malentendido será nuestra ruina.

10 de enero de 2009

Las cosas, Georges Perec

Y, sin embargo, se engañaban; se estaban perdiendo. Empezaban, ya, a sentirse arrastrados a lo largo de un camino del que no conocían ni las vueltas ni el destino. A veces les entraba miedo. Pero, con frecuencia, sólo estaban impacientes: se sentían preparados; estaban disponibles: esperaban vivir, esperaban el dinero.

9 de enero de 2009

De verdad, Flavia Ricci


Y de pronto la vio. Ya no la imagen que él guardaba de ella y que por una extraña filosofía suya no se atrevía a desmentir. La vio de verdad. Allí estaba ella, unos años después y por lo visto había sobrevivido. De verdad. Mejor dicho, que lo llevaba muy bien a aquello de estar sin él (¿estaría con alguien más? ¿Por qué con el "más"? ¿Estaría con alguien?).
Pues allí estaba, bailando entre sus amigos, riendo con esa media sonrisa que dejaba ver sus dientes blancos como marfil, mirando hacia los lados pero aun sin haberle visto a él, que se quedó de piedra porque
no esperaba encontrarla más que en los recuerdos
o en las cosas que decían de ella otros,
muchas, muchísimas veces provocados a hablar
de ella
por comentarios de él mismo.
La vio de verdad. Y se dio cuenta que aquella cercanía que había hecho que todos los muros se derrumbaran entre ellos ya no existía. La intimidad se había ido, ya no digamos la confianza. Entonces, ella construyó un muro enorme y comenzó aquel extrañamiento, aquel pasar de ser nosotros a ser él y yo hasta llegar a ser un simplemento yo (el otro no importaba).
Trató con la mente de recordar lo que había sentido la primera vez que la vio cara a cara. O la primera vez que se besaron. O la primera vez que pasaron una noche infinita juntos. Infinita porque acababa de comenzar, pero sobre todo porque la había encontrado a ella (por fin). Recordó aquello que dijo Borges en una conferencia en París, que era imposible recordar nuestra juventud de verdad, que sólo recordábamos nuestro último recuerdo sobre aquello que queríamos recordar. Y que eso le provocaba tristeza.
A él también le entró una tristeza enorme. Por eso pasó de lo dicho por Borges, que al fin de cuentas poco y nada sabía de sus sentimientos y además estaba bien tieso ya, y se concentró en sentir, nuevamente, lo que había sentido aquella primera noche.


Pero fue ella quien, mientras él estaba concentrado con los ojos cerrados en medio del bar (ceño fruncido ,mentón hacia arriba como buscando inspiración divina) vino y lo abrazó profundamente. Y ese abrazo le caló tan hondo que no supo si abrir los ojos para verla de verdad y, sobre todo, si lo que sentía era de verdad. Y ya no una búsqueda, una de sus tantas búsquedas, de encontrarse con el amor cara a cara y afrontarlo contra viento y marea.
Pero abrió los ojos. Y era ella de verdad. Más verdadera que nunca. Y le cogió de la mano. Y caminaron simplemente mirándose. Y no tuvo que concentrarse más para volver a sentir aquello que sintió cuando la vio por primera vez cara a cara. Borges no entendía nada. Claro que podemos recordar de verdad. Aprendió a recordar, a re-acordar y, por fin, a re-acomodar.

8 de enero de 2009

Escribir, Marguerite Duras

Un escritor es algo extraño. Es una contradiccion y tambien un sinsentido. Escribir tambien es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido. Un escritor es algo que descansa,con frecuencia,escucha mucho. No habla mucho porque es imposible hablar a alguien de un libro que se ha escrito y sobre todo de un libro que se está escribiendo. Es imposible. Es lo contrario del cine,lo contrario del teatro y otros espectáculos. Es lo contrario de todas las lecturas. Es lo más difícil. Es lo peor. Porque un libro es lo desconocido,es la noche, es cerrado,eso es. El libro avanza, crece,avanza en las direcciones que creíamos haber explorado,avanza hacia su propio destino y el de su autor,anonadado por su publicación: su separación,la separación del libro soñado,como el título del hijo,siempre el más amado.