29 de diciembre de 2006
A un costado de los rieles, Héctor Tizón
Sólo cuando estamos de regreso descubrimos y comprendemos la importancia de todo aquello que habíamos ignorado hasta entonces; la tenue luz del sol sobre el tejado, la hierba que crece a nuestro pie, el monótono cantar de un gallo en la siesta abandonada; escuchamos el ruido de una acequia y vemos pasar con ternura de hermano o de hijo a ese campesino con la azada al hombro. Estamos solos, deseando comprender el lenguaje del silencio, sumergirnos en esa eternidad del mundo, en intento de náufrago; queremos ser humildes, congraciarnos con esa flor silvestre, con esa piedra, con esa tierra siempre igual a sí misma que hasta entonces habíamos pisoteado; porque ahora, después de todo, nos sentimos definitivamente solos frente a toda esta armonía elemental y sin memoria, que nunca muere o que está naciendo cada día.
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