27 de noviembre de 2006

Abençoada por deus, Flavia Ricci

Y así se sintió por esas "causalidades" que se ponían en su camino. Ese sms que hizo más ágil su viernes, ese mail que aventuraba un encuentro, un "cómo estás", un Palermo más. Y luego aquella tarde en que, azarosamente, fue a aquella librería de Belgrano, alzó la vista y lo vio. F, M, F ... Tenía nuevamente un abecedario, aunque ya no se sentía como antes para barajar los naipes. Comenzó a balbucear las vocales, las consonantes. Camino a su casa pensó, con gusto a nuez en la boca, qué bueno verle. Sólo eso, que su Buenos Aires tuviera un poco de sus Ramblas, en donde la gente que ama la ciudad se cruza. Bailando, cenando, andando, por la gran ciudad.

23 de noviembre de 2006

El proceso, Flavia Ricci

El sabía que ella no tenía amigos, lo que no sabía, ni sospechaba, era el por qué. Lo cierto era que tarde o temprano, sus amigos caían enamorados. Ella lo llamaba amor por proximidad, y no le daba mayor importancia, segura de que se les pasaría cuando la proximidad fuese mayor con otra mujer. Así, una vez enamorados, sus amigos y ella misma preferían alejarse, para evitar mayores e innecesarias proximidades. Y ella terminaba por quedarse, de la noche a la mañana, sin uno o varios amigos. Así fue que lo conoció a él, que creyó que ella no tenía (tal vez jamás había tenido) amigos. Todo era un proceso, no un estado. Y de repente en la vida de ella comenzaron a aparecer nuevamente amigos. Lo que para él fue novedad, para ella era parte de un ciclo.
Un día ella lo miró a los ojos y le preguntó si él no tenía amigas. Y él le dijo que no. Ella regresó a su casa y, por primera vez, tardó casi toda la noche en conciliar el sueño.

22 de noviembre de 2006

Rabia, Flavia Ricci

Ella murió de soledad. No por estar sola, sino por sentirse sola. Pero él, él tuvo una muerte más horrenda. Murió de rabia. Y hasta los perros se asombraron cuando vieron salir las burbujas blancas de su boca y lo escucharon vociferar, entre sollozos e impotencia, su nombre, el de ella.

20 de noviembre de 2006

Brazos de gancho, Flavia Ricci

Se miran, a cierta distancia. Se observan, con recelo y desconfianza. Se acercan, se alejan, se huelen, respiran, se miran, se celan. Se acercan y clavan los brazos alrededor del cuello del otro como si fuesen un gancho, y manteniendo los cuerpos separados a una prudencial distancia. Se huelen, se sienten, se acercan, se aflojan, se abrazan con sus brazos de gancho. Y ya nada ni nadie puede separarlos. Se encuentran.

5 de noviembre de 2006

Palabras

Hay muchos más conceptos que palabras. Por eso hacemos frases. Una idea cabe en una frase, pero no una teoría con su esquema conceptual a cuestas. Por eso escribimos libros y artículos. En general, todo conocimiento revolucionario necesita nuevos conceptos. Hay dos maneras de hacerlo: afinando el significado de una palabra existente o inventando otra nueva. Del artículo Progreso de El País Digital.

4 de noviembre de 2006

Contrato sexual

"Si las mujeres reciben menor salario es porque se las considera fundamentalmente esposas que ganan un "complemento" al sueldo del varón proveedor, si tienden a elegir contratos a tiempo parcial para compatibilizar trabajo doméstico y asalariado es porque tienen conciencia de su posición en una estructura que les asigna las tareas del hogar; si sufren acoso sexual o discriminación laboral se debe a que entran en el mercado no como meros individuos asexuados, sino como mujeres". Fuente: http://www.elpais.es/articulo/semana/Contrato/sexual/elpbabsem/20061104elpbabese_6/Tes/

2 de noviembre de 2006

Restaurar, Flavia Ricci

A veces, cuando creemos que hemos hecho delete, algo nos impide llevar el objeto a la Papelera de Reciclaje. Tal vez porque la vida no quiere que nos reciclemos. Tal vez porque hay un programa que se está ejecutando en ese momento en nuestro propio ordenador, aunque sea en segundo plano. Restaurar.

1 de noviembre de 2006

A girl revolution, Flavia Ricci


Pensaba en qué revolucionaria y liberal le parecía esa chica ... hasta que vio que cogía de la mano con devoción a una niña que parecía su hija (y lo era). Y él pensó "son todas iguales, van por la vida con camisetas de revolución y terminan casadas y con hijos". Se miraron, él le cedió el asiento en el 152 rumbo a Olivos y a poco de cruzar Puente Saavedra el trayecto los encontró uno al lado del otro y cada uno con asiento. Él escuchó perfectamente cuando ella le hablaba de su estilo de vida, y entendió que claramente era una chica liberal. Salió de su prejuicio y se enteró que ella era madre, pero no esposa. Y que jamás lo había sido y no estaba segura de querer serlo alguna vez. Entonces comprendió que quien era igual a todos era él: por prejuicioso y porque al fin, juzgándola madre y esposa, se había tranquilizado creyendo que el mundo tanto, pero tanto, no había cambiado.
Ambos miraron hacia la calle cuando el paréntesis de silencio se estiró tanto que no cabía otra alternativa si no querían despedirse. Ambos, a su manera, entendieron que podían ser revolucionarios. Ella pensó en todo ese mundo que poco a poco se le iba abriendo a su hija. En cómo su niña iba a tener que hacerse un sitio el día de mañana, y en lo que le costaría a ella soltarle su pequeña mano por primera vez cuando quisiera ir sola al colegio. Pensó en todas esas mujeres revolucionarias que día a día son madres y esposas, en que le explicaría a su hija que tal vez allí estaba la revolución. La suya, la de todos los días, la llevaba con orgullo más, mucho más profundamente que en esa camiseta de Barcelona que le habían regalado tiempo atrás.