30 de abril de 2013

La boa y el dragón, Flavia Ricci


Había una vez un dragón, que se lo pasaba volando, surcando los aires. En sus vuelos no dejaba de mirar hacia la Tierra, porque es bien sabido que gracias a ello tenía perfecta noción de su vuelo. De vez en cuando bajaba, estaba un tiempo, reponía energías y volaba nuevamente. Desplegaba sus alas con una energía voraz, llena de vida. Un día conoció a una boa, que lo llenó de fascinación. 
Debido a que la boa no volaba, el dragón pasaba más y más horas en tierra, lejos de sus nubes y de las estrellas. La boa lo fue cercando, pero el dragón muchas veces se escapaba para poder volar y así no perder su naturaleza de dragón. 
A medida que pasaba el tiempo, la boa iba aferrándose al dragón cada vez más, de una forma nociva. La boa maltrataba al dragón cuanto podía, pero con la sutileza necesaria para que éste no huyera, sino todo lo contrario. 
El dragón, de buen corazón, trataba por todos los medios de hacer feliz a la boa. Creyó que la boa se aferraba a él por amor, e intentaba darle más tiempo juntos. El dragón un día llevó a la boa a volar. Porque quería mostrarle su mundo, compartirlo con ella. La montó en su cuerpo de dragón y le mostró esos aires por los que volaba. 
La boa le dijo que era feliz con él, pero una vez en tierra, cercó más al dragón y casi le exigió dejar de volar. El dragón quería volar con ella, pero la boa no quería. No quería que el dragón volara, eso era todo. El dragón se sintió cercado, dañado, lastimado, en su naturaleza de dragón. Pasó largos días solo, incluso aunque estuviera con la boa. Y se dio cuenta de que ello no era amor. La boa continuaba maltratándolo, como si ser feliz fuese un pecado. Nunca estaba conforme, porque en realidad no lo estaba consigo misma. La boa era un ser infeliz.
Un buen día de abril, el dragón fue al borde de la Tierra, miró largamente hacia el cielo, desplegó lentamente las alas, y echó a volar. Dio grandes rodeos por la Tierra, miró a todos los seres que allí quedaban y se dijo para sí que siempre regresaría, una y otra vez para estar con ellos, incluso para llevarlos a volar con él. Pero estaba claro que tenía que alejarse de la boa. Y se dio cuenta, que hasta los dragones de fuego sufren por amor. Y voló lo más lejos que pudo de esa boa nociva.

Dragón de fuego

28 de abril de 2013

El último encuentro, Sándor Márai

“¿Qué las palabras no tienen importancia?
Yo no me atrevería a afirmarlo con tanta seguridad.A veces creo que muchas cosas, que todo depende de las palabras.De las palabras que uno dice a su debido tiempo,o de las que se calla, o de las que escribe”.


"Son muy pocas las personas cuyas palabras concuerdan con su existencia. La gente acaba aprendiendo la verdad, adquiere experiencias, pero todo ello no sirve de nada, puesto que nadie puede cambiar de carácter. Quizá no se pueda hacer nada más que esto en la vida: adaptar a la realidad, con inteligencia y con atención, esa otra realidad irrevocable, el carácter personal. Y sin embargo, así tampoco seremos más sabios, ni estaremos más resguardados frente a las adversidades".


22 de abril de 2013

Desenmarcada, Flavia Ricci

Antes ella, ahora no
Antes ahí con ella, ya no
Antes el momento, la sonrisa, el mañana
ya no
Antes su palabra, ahora no
Antes el sueño encontrado,
ahora es uno que echó a volar
Antes yo, ahora no
Antes ahí, ya no
Antes el momento, la sonrisa, el mañana
ahora no está
Desenmarcada
En otro sitio
Ausente
Perdida
Sonriente
por fingir
Feliz
por vivir.

12 de abril de 2013

La máscara, G. Brenson

Cada vez que me pongo una máscara para tapar mi realidad, fingiendo ser lo que no soy, lo hago para atraer a la gente.

Luego descubro que solo atraigo a otros enmascarados, alejando a los demás debido a un estorbo: la máscara. Uso la máscara va evitar que la gente vea mis debilidades; luego descubro que al no ver mi humanidad, los demás no me quieren por lo que soy, sino por la máscara.

Uso una máscara para preservar mis amistades; luego descubro que si pierdo un amigo por haber sido auténtico, realmente no era amigo mío, sino de la máscara. Me pongo una máscara para evitar ofender a alguien y ser diplomático; luego descubro que aquello que más ofende a las personas con las que quiero intimidar, es la máscara.

Me pongo una máscara, convencido de que es lo mejor que puedo hacer para ser amado. Luego descubro la triste paradoja: lo que más deseo lograr con mis máscaras, es precisamente lo que impido con ellas.

Bendición de Dragón, Gustavo Roldán

Que las lluvias que te mojen sean suaves y cálidas.
Que el viento llegue lleno del perfume de las flores.
Que los ríos te sean propicios y corran para el lado que quieras navegar.
Que las nubes cubran el sol cuando estés solo en el desierto.
Que los desiertos se llenen de árboles cuando lo quieras atravesar. O que encuentres esas plantas mágicas que guardan en su raíz el agua que hace falta.
Que el frío y la nieve lleguen cuando estés en una cueva tibia.
Que nunca te falte el fuego.
Que nunca te falte el agua.
Que nunca te falte el amor.
Tal vez el fuego se pueda prender.
Tal vez el agua pueda caer del cielo.
Si te falta el amor, no hay agua ni fuego que alcancen para seguir viviendo.

Y fuimos uno en el viento, José Ramón Marcos Sánchez

José Ramón Marcos Sánchez
Y fuimos uno en dos cuerpos,… sin el resto,…sin más sentir que sentirnos,…y abrumados de nosotros el después nunca existió,….y moldeamos las caricias hasta matar los rincones avergonzados,….hasta inhalarnos los secretos más íntimos,…y llegamos a las entrañas de los suspiros más bellos,…esos que mueren pensados en lo prohibido del hedonismo de un sueño,….esos que erizan la piel del placer hasta fundirla en amor,….y el deseo cobró vida en los jadeos de las horas que no pasan,…en los silencios entrecortados del gemir de los adentros,…y la mirada de la pasión verdadera no se agotó de mirarnos,….engendrada de ánimas púdicas que danzaban al compás de acordes impúdicos,…entregados al delirio del anhelo de entregarnos,…sin las censuras del sexo sin alma,…con el orgasmo perpetuo del amor que habita más allá de amarnos,…y fuimos uno en dos cuerpos,…y cuando deshabitamos lo terrenal de querernos,…acaeció del cariño el cariño verdadero,…y el espíritu del tiempo desnudo nuestro destino,…y fuimos uno en el viento,… 


11 de abril de 2013

Tras la pólvora, Manuela. Jorge Enrique Adoum


Jorge Enrique Adoum
Ven luego, ven a mi lado, ven sobre mí,
ven a debajo: hagamos el amor y deshagámoslo
sólo para rehacerlo. Detrás no tengo si no guerra
y campamento, sólo una aridez ensangrentada.
Llegué a ti y en ti anclo, vocación, clima de mar,
territorio y mortaja. A veces soy feliz, pero amanece.
Digo: Te amo, cuando me despierto,
como otros se saludan. Digo: Te amo, cuando
me desvisto, como otros se persignan.
Y entre los dos crepúsculos –paréntesis
de otra pólvora–, entre las dos refriegas, la batalla,
un solo cinturón para los dos. Di contigo
de bruces, me enamoré a caballo, y no me iré
de ti, no me des tregua, si concéntricos vamos
a esta ocupación de amor y guerra y coincidimos
en el alma sobre el vientre, como dos agujeros.
Ven, la noche pone la sábana y he vencido.
Dámete como si te ganara y fueras tú el trofeo.


Lo que todavía no sabes del pez hielo, E. Medina Reyes

En la franja más profunda del mar Tirreno habita el pez hielo, la oscuridad allí es más densa que en un agujero negro y aunque el pez hielo es transparente no tiene conciencia de serlo. El pez hielo no tiene pensamientos ni deseos, no conoce a ningún otro pez de su especie, no quiere ir a otra parte porque no sabe que existe esa posibilidad. Se desplaza, devora trozos de cristal y se complace en su absoluto. Es el pez que soñó Corolla y quizá Deleuze antes de saltar. No confronta, no es un rival, no es la publicidad de un perfume. Es el archienemigo de cualquier referente, el héroe de un mundo sin bordes. Y como sucede siempre, un día cualquiera, a ese paraíso del silencio llega un cadáver. No, aún no es un cadáver, es un papiliochromis. No viene del océano sino de una pecera, era la mascota de alguien, lo dieron por muerto, lo tiraron al retrete, bajaron la palanca y recorrió mil kilómetros por un tubo hasta el hogar del pez hielo. Esa es la densa oscuridad que lo rodea, la mierda de todos los culos que habitan en Ciudad Inmóvil. En su agonía, el papiliochromis le habla al pez hielo de luminosos atardeceres frente al mar, de ciudades, luces multicolores, alimento concentrado, documentales de Jacques Cousteau y todo aquello que veía en el televisor de su dueña. Una vez que lo ha contaminado de inquietud, expira, y como es apenas obvio el pez hielo empieza a soñar con la luz.

8 de abril de 2013

El registro de la cotidianidad, Flavia Ricci

De repente ella se dio cuenta de que él registraba todo lo que ella había hecho, hasta el más mínimo detalle. Su ropa, sus canciones preferidas, sus gestos. Ella se dio cuenta, en ese momento, del registro de la cotidianidad, del registro que él tenía. El día en que cambió sus horarios de cenar sin darse cuenta, aunque él se lo hizo notar. Estaban compartiendo algo, algo juntos y día a día.