27 de enero de 2009

Música, Flavia Ricci

Siempre lo he dicho, para los cumpleaños prefiero regalar algo impersonal como la ropa que meterme en la misma piel o, peor aun, en la cabeza del cumpleañero y regalarle un libro o música. Una vez lo intenté y no creo que haya sido ese el motivo por el que mi ex-ex-ex-ex (etc.) y yo rompimos. La ropa, algo que indudablemente va más por el gusto de lo que nosotros queremos que él luzca que por lo que él luciría. Porque la pregunta que nos hacemos es "¿qué tal le quedaría esto?". Con la música o los libros la pregunta es la opuesta, ya no se trata de obsequiarle algo que nosotros queremos que escuche o que lea, sino de intentar meternos en la cabeza del destinatario para saber si cuando reciba ese libro o ese CD (¿aún la gente compra CD?) no va a mirarnos con una mezcla de resignación y rabia contenida.
Él por ejemplo, aquella noche en que se apareció en mi casa en medio del festejo de mi cumpleaños, apareció además invitado por uno de mis amigos con un CD como ofrenda por estar allí. Amante de la música como soy abrí deprisa el obsequio y mi sonrisa fue cediendo a la sorpresa para luego quedar estupefacta al ver que era un CD de La Oreja de Van Gogh. Fue imposible volver atrás para fingir mi primera sonrisa. "Si quieres lo puedes cambiar, me dijo como pidiéndome disculpas. Y yo pensé que averiguaría cuándo era su cumpleaños tan sólo para regalarle el libro de las recetas típicas de Senegal, a ver qué careto ponía. Claro que cambié el CD al día siguiente, no tenía tampoco ningún novio al que le gustara ese grupete, como para simular un regalo y olvidarme del asunto.
Al año siguiente, ya amigos y creo que nada más entre medio, apareció nuevamente en mi fiesta de cumpleaños. Esta vez parece que se había asesorado muy bien: traía un CD de música brasilera no-comercial en su mano. Comenzábamos a entendernos.

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