16 de enero de 2009

Javier Cercas genial, Flavia Ricci


Cercas 1:

Por mucho que uno se contradiga y trate por todos los medios a su alcance de emanciparse del tedio insoportable de ser uno mismo y llegar a ser otra persona, a última hora uno no tiene más remedio que conformarse con ser quien es, con sus obsesiones, sus vicios, sus manías e incluso sus virtudes, que a menudo son también sus defectos. De modo que ser coherente no constituye una virtud, sino un designio de la genética: después de todo, por mucho que se viaje y se escriba y por muchos bandazos que se den, al final siempre se acaba en manos de esa bestia omnívora e insoslayable que es el YO.

Cercas 2:

No hay escritor, ni siquiera el que sólo escribe para los periódicos, al que no le anime una dosis más o menos controlada o tolerable de presunción, pues de lo contrario no viviría instalado en la quimera de que lo que escribe tiene algún interés para alguien y en consecuencia merece ser publicado.

Cercas 3:

Todo escritor que no acepte ser un mero escribano contrae un apasionado compromiso con el lenguaje, pero al contraerlo contrae también, lo sepa o no -y más le vale saberlo-, un apasionado compromiso con la realidad, porque, como no ignora ningún escritor con alguna conciencia de su oficio, la escritura de una frase, por banal o anodina que parezca, entraña la toma de unas decisiones que no son únicamente lingüísticas, y porque, si es verdad que el lenguaje de algún modo crea el mundo, el escritor es, ya no dueño del lenguaje, sí por lo menos su usufructuario privilegiado, y por ello tiene el deber de mantenerlo tenso y exacto y ávido de verdad y de significación.

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