9 de enero de 2009

De verdad, Flavia Ricci


Y de pronto la vio. Ya no la imagen que él guardaba de ella y que por una extraña filosofía suya no se atrevía a desmentir. La vio de verdad. Allí estaba ella, unos años después y por lo visto había sobrevivido. De verdad. Mejor dicho, que lo llevaba muy bien a aquello de estar sin él (¿estaría con alguien más? ¿Por qué con el "más"? ¿Estaría con alguien?).
Pues allí estaba, bailando entre sus amigos, riendo con esa media sonrisa que dejaba ver sus dientes blancos como marfil, mirando hacia los lados pero aun sin haberle visto a él, que se quedó de piedra porque
no esperaba encontrarla más que en los recuerdos
o en las cosas que decían de ella otros,
muchas, muchísimas veces provocados a hablar
de ella
por comentarios de él mismo.
La vio de verdad. Y se dio cuenta que aquella cercanía que había hecho que todos los muros se derrumbaran entre ellos ya no existía. La intimidad se había ido, ya no digamos la confianza. Entonces, ella construyó un muro enorme y comenzó aquel extrañamiento, aquel pasar de ser nosotros a ser él y yo hasta llegar a ser un simplemento yo (el otro no importaba).
Trató con la mente de recordar lo que había sentido la primera vez que la vio cara a cara. O la primera vez que se besaron. O la primera vez que pasaron una noche infinita juntos. Infinita porque acababa de comenzar, pero sobre todo porque la había encontrado a ella (por fin). Recordó aquello que dijo Borges en una conferencia en París, que era imposible recordar nuestra juventud de verdad, que sólo recordábamos nuestro último recuerdo sobre aquello que queríamos recordar. Y que eso le provocaba tristeza.
A él también le entró una tristeza enorme. Por eso pasó de lo dicho por Borges, que al fin de cuentas poco y nada sabía de sus sentimientos y además estaba bien tieso ya, y se concentró en sentir, nuevamente, lo que había sentido aquella primera noche.


Pero fue ella quien, mientras él estaba concentrado con los ojos cerrados en medio del bar (ceño fruncido ,mentón hacia arriba como buscando inspiración divina) vino y lo abrazó profundamente. Y ese abrazo le caló tan hondo que no supo si abrir los ojos para verla de verdad y, sobre todo, si lo que sentía era de verdad. Y ya no una búsqueda, una de sus tantas búsquedas, de encontrarse con el amor cara a cara y afrontarlo contra viento y marea.
Pero abrió los ojos. Y era ella de verdad. Más verdadera que nunca. Y le cogió de la mano. Y caminaron simplemente mirándose. Y no tuvo que concentrarse más para volver a sentir aquello que sintió cuando la vio por primera vez cara a cara. Borges no entendía nada. Claro que podemos recordar de verdad. Aprendió a recordar, a re-acordar y, por fin, a re-acomodar.

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